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Pequeño mosaico fallero

Hace veinticinco años Levante-EMV editó «Historia de las Fallas», un magnífico volumen que abarca todos los aspectos de nuestra fiesta mayor: origen, evolución, artistas, pirotecnia, carteles, «llibrets» y literatura fallera, entramado y literatura fallera, entramado asociativo... Una visión completa, realzada por infinidad de fotografías, reproducciones y dibujos de notable valor documental, y enriquecida por interesantes textos de historiadores y especialistas como Sole i Godes, Antonio Ariño, Rafael Contreras, Vicent Borrego y Ricardo Sanmartín, entre muchos otros. Es un gustado hojearlo y sumergirse evocadoramente en ese mundo pletórico que estos días se vive ya con intensidad.

Efemérides y pormenores curiosos aparecen en sus páginas a todo color: la falla que diseñó Dalí en 1954, el primer «llibret», escrito por Bernat i Baldoví en 1855, una falla cubista en 1930, la implantación oficial de las Fallas Infantiles, surgida de la actividad en Radio Valencia del inolvidable Vidente Ros Belda en 1941. Por cierto; ahora se cumplen setenta años de la primera Exaltación de una Fallera Mayor Intantil. Conservo algunos discursos de los mantenedores de ese acto en distintas ediciones. Los hubo muy populares en su época; por ejemplo, el escritor José Mª Sánchez Silva, autor de «Marcelino pan y vino», o el actor Narciso Ibáñez Serrador, padre de Chicho, el celebrado guionista de televisión. Pero el evento más singular lo protagonizó el ilustre erudito y brillante orador Lluis Lluch Garín, al ser mantenedor en 1975 de su propia nieta, Cuchita Lluch. Sí; la misma Cuchita que, después de presidir la Academia de Gastronomía, nos ha «arrebatado» Juan Echanove.

Y decenas de Falleras mayores... Contemplando fotografías resultan evidentes los cambios experimentados a lo largo del tiempo en su indumentaria, peinados y complementos. Así hemos pasado de las peinetas altísimas, a las que apenas se elevan sobre la cabeza; de las faldas moderadamente huecas „que no llegaban al tobillo, dejando ver la media calada y el primoroso zapato„, a las pomposas que casi rozan el suelo; de los delantales exiguos,, a los inmensos; de los peinados muelles, a los cabellos pegados al cránea; de los rodetes que se moldeaban en cada ocasión, a los prefabricados, adheridos cómodamente; de los aderezos según patrones establecidos, a la iniciativa ilimitada de joyeros y orfebres. No hay que escandalizarse. Manteniendo lo fundamental, el transcurso de los años y las modas lleva consigo de manera natural, sucesivas variaciones que se van imponiendo gradualmente. Siempre me ha gustado el modo de interpretar nuestro atuendo femenino tradicional (con exuberante visión modernista, pero sin perder su esencia) del pintor Anglada Camarasa, barcelonés internacional, que a partir de un verano aquí en 1904, introdujo en su producción artística como tema recurrente. La ilustración adjunta recoge un detalle de su gran cuadro «Valencia», pintado en 1910.

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