La memoria es corta, pero las hemerotecas no están vacías. La llamada biomasa forestal iba a generar en el interior valenciano una economía rural estable y, por supuesto, sostenible, reducir claramente el riesgo de incendios e incluso luchar contra el cambio climático. La Unión Europea subvencionó dentro del Programa Life+ el proyecto «Bioenergy and Fire Prevention», del que principalmente se benefició el Ayuntamiento de Enguera para elaborar el Plan de Ordenamiento de sus montes.

El consistorio no estaba solo en ese proyecto. Como beneficiarios asociados figuraban Iberdrola, Eléctricas La Enguerina y Avebiom. La última es la asociación que defiende los intereses de las empresas del sector de la biomasa. Iberdrola, por entonces gestionaba la central de biomasa forestal, alabada como modélica y pionera de Corduente (Guadalajara) y hoy cerrada por ruinosa. Mientras que Eléctricas La Enguerina supongo que esperaba poder alumbrar muchas bombillas con el nuevo tesoro. No se extrañen de que ni una sola se haya encendido.

La finalidad principal de la explotación de los montes de Enguera era, por tanto , la obtención de biomasa forestal. Llevan dos años ya las empresas madereras talando en esos montes de titularidad municipal. Hoy, sin embargo, y gracias al nuevo Ayuntamiento de Enguera, sabemos por los señores técnicos defensores de esas actuaciones, que en realidad lo de la biomasa es secundario y de lo que se trata es de «mejorar el monte que está muy envejecido». Para ello «se talan principalmente los ejemplares más envejecidos, dominados, torcidos... etcétera». Todo por amor al monte. El discurso ha cambiado, se ha disfrazado con el manto verde, pero no el propósito real, y las actuaciones sobre el terreno carecen de disfraz alguno. Saltan a la vista y de qué manera.

Les invito a que recorran la carretera que enlaza Enguera con Navalón y estiren las piernas a la altura de las casas de La Peraleja, en el entorno del punto kilométrico 31. Verán ustedes como la escasa vegetación superviviente, después de la «mejora» aplicada con verdadero celo ha tenido que adaptarse al paso de una maquinaria pesada que, sin duda no fue diseñada para el monte mediterráneo. Y en su adaptación ha sucumbido. Donde había un monte adulto de pino rodeno que se salvó de la inmensa pira de 1979 y cuyo suelo estaba al abrigo de los rayos del sol, sosteniendo un rico sotobosque con enebros, encinas, incluso algún que otro madroño y durillos, ahora quedan árboles aislados incapaces de dar sombra y una vegetación de sotobosque machacada por el paso de las máquinas. Contemplen las pilas de pinos derechos como velas, con todas sus ramas pues se sacan enteros, y muy lejos todavía de la vejez que se les achaca, amontonados junto a la carretera. No busquen los torcidos, seguramente están debajo de la pila, pero presten atención a los restos por doquier de árboles y arbustos rotos por el paso de las máquinas y que quedan sobre el suelo, sin recoger, incluso en el fondo del barranco.

Sí señor, así se lucha contra el cambio climático, haciendo de un bosque rico y vivo una dehesa de pinos raquítica con un suelo compactado y vapuleado. Pero por si esto fuera poco para describir esta verdadera tragedia forestal, nos queda el esperpento. Los pinos de Enguera que debían ayudarnos a absorber CO2, acaban quemados en calderas italianas, previo transporte por carretera y flete marítimo correspondiente. Mejor no intenten calcular el balance energético de este nuevo retablo de las maravillas, porque aquí el rey también está desnudo.

«Fijar el suelo, retener las aguas, limpiar el aire y ser cobijo de animales y plantas». Esas fueron las funciones esenciales que en 1902 se asignaron por el Estado a los montes incluidos en el Catálogo de Montes de Utilidad Pública. Los de Enguera también forman parte de él y que puedan seguir desempeñando esas funciones es más necesario que nunca. No andaban descaminados los legisladores de hace más de un siglo. La rectificación es necesaria y es posible.