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Corazón refugiado

Un sirio de los campos de refugiados en Turquía lo describió mejor que nadie: «Sólo somos las cartas de un juego sucio. Ustedes tienen problemas para vernos como seres humanos». No se puede decir mejor con menos palabras. Nadie corre hacia el norte, bajo el frío y el aguacero, expuesto a las mafias y al naufragio, si no tiene a los dogos detrás, mordiéndole los calcañares. El perro rabioso puede ser lo que ustedes quieran y siempre se quedarán cortos. Es un asunto grande, descomunal, el de esas densas humanidades sufrientes que llaman a Europa y Europa no está. Tratar de atraparlo y digerirlo puede producir un desencajamiento de la mandíbula, una oclusión intestinal.

El columnista queda mucho mejor cuando se encara con un asunto menor y vibra con su color único: una señora estupenda, un cuadro, un paisaje. De todos modos, me arriesgaré: las sucesivas oleadas de desesperados, que caminan sobre un alambre tendido sobre la furia del invierno, son una carga bien cebada que, en efecto, puede acabar con Europa, pero no por lo que se suele decir „que no respetan ni entienden nuestras costumbres, que son una carga inasumible, que crean choques de civilización a pequeña escala„ sino por lo que se calla: atender al perseguido está en la base del destino elegido por Europa, que sabe tanto como el que más de persecuciones, genocidios y poblaciones desplazadas y que sólo puede olvidarlo mediante un proceso de embotamiento de la sensibilidad y de la inteligencia. De embrutecimiento de la política. De ascenso totalitario.

No se puede delegar todo en Turquía que, como nosotros, practica un juego peligroso en sus fronteras. Hagan toda la política cruel y necesaria que les parezca conveniente, pero no dejen solos a los refugiados, al papa, a Alemania, a los grupos humanitarios que siguen clamando por ellos. No, no lo hagamos. No tenemos derecho. Son ellos los que nos hacen un favor a nosotros, y no al revés. Y si no me creen, miren lo que en su momento escribió Leonard Cohen: «Todo corazón para amar/debe presentarse como un refugiado».

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