Extraña la candidatura de César Bona al «Nobel de Educación». Este maestro de 5º de Primaria es, según dicen, uno de los 50 mejores del mundo. El muchacho ha publicado un libro titulado La nueva educación. Pero su discurso apenas innova, e incluso aburre: el valor intrínseco de cada alumno, lo emocional como motor pedagógico, ruptura de estructuras jerárquicas, constructivismo cognitivo... ¡Pche! ¿A santo de qué darle pábulo cuando, modestia aparte, otros muchos ya practicamos idénticas pautas de este gurú epistemólogo? Quizá se deba a su vistosidad mediática o quien sabe si supo proyectarse y publicitar esa vocación docente tan usual.

Servidor estudió ESO y Bachillerato en el IES Joan Fuster de Sueca, modernista moral, psicológica y arquitectónicamente. Entonces mantenía abiertas sus puertas, símbolo de libertad, autonomía y seguridad. Ahora, por ejemplo, suena música dispar en vez de la sórdida sirena que martillea la jornada y el ánimo. Allí conocí a Juan Armenteros, mi Bona particular. En sus clases de Filosofía -también Antropología, Sociología, Psicología- todo era impredecible, puro devenir. Ni una sola clase magistral, todos confluyendo en corro y absorbiendo esa sabiduría perenne impensable en esa educación ministerial deshumanizada. En este país se enseña sin pasión. La noble pericia de Juan estimuló mi actitud crítica, profundicé entre vísceras, sombras y neuras, compartí inquietudes sin temer juicios paralelos o autoritarismos mediocres. Romper la rigidez curricular en los años 90 ya comportaba un acto innovador y revolucionario: C. G. Jung, G. Bateson, R. Laing, A. Watts, A. Jodorowsky, Lao-Tse, M. L. Von Franz€ Autores que desconciertan como descorcentante debiera ser toda acción educativa.

El peso de la educación recae en la maestría. Y de ésa algunos comprenden y mucho. A todos ellos les doy mi Nobel de Educación. Que a fin de cuentas, deberían otorgarlo nuestros alumnos y no las instituciones. Para esos docentes silenciosos que educan con alma, y en especial para mi estimado Juan Armenteros, de quien me considero fiel discípulo y eterno deudor, sirva esta columna de reconocimiento y gratitud. Como decía, hubo -y hay- otros: Xavier Herrera y Cristina López, por ejemplo. Bona lo ignora. ¡Qué sabe nadie de nadie! A vosotros: ¡gracias, gracias, gracias!