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Nos privan las cabalgatas

Los valencianos históricamente hemos sido muy dados a las cabalgatas, sobre todo a las de convite. No hay celebración que se precie que no tenga su cabalgata, que en muchos aspectos es como un desfile de carnaval. Las Fallas también las tienen. La clásica es la del Ninot, aún vigente y hemos llegado a tener a la salud de estas fiestas la del Reino, un collage folklórico de los tesoros de las tierras valencianas.

La Cabalgata del Ninot son las Fallas vivientes, los audiovisuales de los monumentos estático que plantamos, los sainetes que representamos donde haceos hacemos hablar a los Ninots que luego plantaremos en calles y plazas. A los valencianos nos gusta que todo nos entre por los ojos, nos puede la estética diría Miguel de Unamuno. Y coherentes con ellos hacemos didáctica de los gustos, para gustos colores, y salimos en desbandada por las calles.

Es la del Ninot una cabalgata de convite, de invitación, caldeamos las frescas calles del final del invierno y hacemos salir a la gente de casa. Esos días, aunque no estén plantadas las Fallas verá riadas de personas deambulando por el callejero de la ciudad. De verdad, no nos gusta estar encerrados en casa.

Cabalgatas del convite tenemos en todas nuestras grandes fiestas. Hasta en la religiosa del Corpus. Hechos históricos los hemos saludados con cabalgatas en los años centenarios. Antonio Cortina, «el femateret d´Almàssera», maestro de Sorolla, fue mentor de las grandes cabalgatas históricas de cuando inventamos la Feria de Julio. Para hacerlo con mayor rigor, a Alcoi que se fueron a copiar trajes de Moros y Cristianos, que a aquellos también les encanta los solemnes desfiles festivos.

En 1886 tuvimos lo que podría haber sido nuestra la primera piedra gran fiesta de Moros y Cristianos de continuarse la idea, que ahora Vicente Roig y Miguel Ángel Bustos intentan institucionalizar. Las tropas moras entraron por el Puente del Real y las cristianas por el de la Trinidad, aquí se juntaron y el rey moro entregó a Jaime I las llaves de la ciudad, y ya amigos desfilaron por la ciudad todos juntos bajo el volteo general de campanas de todas las iglesias.

A los valencianos nos encanta disfrazarnos de lo que sea, participar en las cabalgatas, tener nuestra tarde o noche de gloria. Y también contemplarlas, nos va el espectáculo, que es el medio didáctico que más nos llega. Ello tiene su parte de peligro, pues los políticos nos tienen cogida la medida y con cuatro cabalgatas y cinco mascletaes nos contentan y paran. Somos así de fáciles, de ahí que Madrid ni deuda histórica, ni corredor mediterráneo, ni ferrocarril con Zaragoza, ni tren de la costa, ni nada. Saben que no ha de faltar la fiesta ni el circo, no pocas veces nuestra anestesia, la manera de tenernos relajados y poco reivindicativos, unos y otros, los de todos los colores.

En 1625 el Conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, le aconsejaba no se dejara contentar «con ser rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, sino que procure... reduzir estor Reynos de que se compone España, al estilo de Castilla, sin ninguna diferencia, que si V.M. lo alcança, será el príncipe más poderoso del mundo». Le hizo caso y probó convocando a las Cortes Valencianas fuera del Reino, en Monzón, año 1626. ¿Por qué? Olivares le explicó: «Tenemos a los valencianos por más muelles». No hemos cambiado nada, seguimos siglos siendo igual. Los políticos con esos trucos hacen de nosotros lo que les da la gana, porque les dejamos hacer.

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