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Castigar la mentira

Sabemos, gracias a la encuesta del CIS, que la preocupación por la corrupción ha subido ocho puntos, pero ignoramos lo que ha crecido la corrupción en sí misma. No hay termómetro para medir esa fiebre subterránea. Mientras el Centro de Investigaciones Sociológicas llevaba a cabo su estudio, saltaban como liebres, por todo el paisaje, nuevos casos de sobornos, de comisiones, de viajes en yate y hoteles de lujo. Era como hacer una encuesta sobre el consumo de munición en medio de una balacera. Si hubiéramos dejado el termómetro cinco minutos más en la boca del paciente, habría crecido el doble, quizá el triple. En proporción, al menos, a los casos que se descubren cada día. Vivimos sobre un pudridero todavía sin sanear.

«Hemos abierto al paciente, pero lo hemos cerrado sin hacer nada porque no había por dónde meter el bisturí». He ahí una frase procedente de la jerga médica que todos hemos escuchado alguna vez. A partir de ese instante, solo cabe confiar en los cuidados paliativos, que son los que están aplicando, por poner un ejemplo, a Rita Barberá. El Senado, del que los mismos políticos dicen que no sirve para nada, se ha convertido en una unidad del dolor. Pero el dolor que habría que tratar es el de la ciudadanía, desconcertada ante tanto análisis clínico y tan escasa medicación.

„Nos pasamos la vida en Urgencias „le oí decir en el metro a una mujer, hablando de su hija enferma.

Nosotros, como país, también perdemos muchas horas en la sala de espera de un servicio de urgencias que no funciona como debiera. De aquí a la UVI no hay más que cuatro pasos. Pues claro que estamos preocupados por la corrupción, señoras y señores del CIS, señoras y señores diputados, señoras y señores senadores. Pero no parece que la corrupción esté preocupada por nosotros. Ahora mismo, por poner un ejemplo al alcance de cualquiera, el PP acaba de decirle al juez que no conserva las facturas de la obra de Génova, pagada supuestamente con dinero negro. ¿Se lo cree alguien? Evidentemente, no. Se han destruido, como los discos duros de Bárcenas. Empecemos por ahí, por castigar la mentira.

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