Sé que sois grandes estadistas imbuidos del espíritu de la transición y lleváis semanas negociando pactos de Gobierno, así que comprendo que no hayáis podido atender mucho a los datos sobre empleo que arrojó la última Encuesta de Población Activa. Por si acaso, os hago un resumen (Lucía Márquez, información de servicio): vamos a ser eternamente jóvenes y eternamente pringados. Aquí no se hace mayor nadie, que no hay dinero.

Claro, teniendo en cuenta que más del 30 % del trabajo actual es de pésima calidad y que el 25 % de los nuevos contratos firmados en 2015 no superaron los 7 días de duración, envejecer y convertirse en adulto no parece una opción factible.

De modo que gracias, bondadosos señores del establishment, por proporcionarnos este elixir de la eterna juventud. Gracias por salvarnos del sistema y evitar que sentemos la cabeza y nos acomodemos. ¿Quién quiere tener hijos? ¿Quién quiere dejar de vivir con sus padres o en un piso compartido que se caiga a pedazos? ¡Adiós a las ataduras materiales, nada de comprar neveras! ¡La precariedad nos hará libres!

El mercado laboral garantiza que jamás nos convertiremos en esa gente de clase media tan satisfecha de sí misma que llena el carro de la compra con lujosas galletas de marca. Lo nuestro es el rock and roll y no llegar al salario mínimo. En plan salvaje. Así es imposible aburguesarse. Tener alguna crisis de ansiedad y una constante angustia existencial por estar atrapados en la incertidumbre, vale, pero aburguesarse, imposible.

Vivimos tan al límite que nos metemos en vena la adrenalina de no saber dónde vamos a estar trabajando la semana que viene o cómo pagaremos el alquiler. ¡Qué millennial, qué espontáneo y qué dinámico todo! Casi parece un anuncio veraniego de cerveza. Nos faltan la guitarra y las diademas de flores en el pelo.

De paso, nos ahorramos cualquier crisis de madurez. Nada de sentirnos atascados en nuestra carrera, ¿carrera, qué es eso? Nada de vernos abrumados por las responsabilidades y la rutina. Nada de perder el sentido de la aventura, ¿acaso hay mayor aventura que sobrevivir a salto de mata?

Como somos muy generosos, hemos decidido compartir nuestra buena suerte con otras generaciones. Por eso están rejuveneciendo un montón de humanos que ya superaban la cuarentena y ahora se ven sumidos en una interminable adolescencia económica y laboral. No hay nada que revitalice más que convertirse en un trabajador pobre de mediana edad obligado a pedir dinero a sus padres ancianos.

¿Escucháis mucho llanto y crujir de dientes al respecto? Yo tampoco. Ya no tenemos gancho, somos partes del decorado. El mantra «mejor un trabajo en condiciones infames que ningún trabajo» ha ganado. A ver, es mejor comerte un trozo de apio en tu cuarto que morir de inanición en una alcantarilla mientras un grupo de ratas planea devorar tu cadáver, creo que ahí estamos todos de acuerdo (a no ser que tengáis alguna filia extraña y os seduzca la idea de servir de alimento a roedores). Sin embargo, eso no significa que se pueda vivir solamente de mordisquear apio.

Al menos, mantendremos para siempre una piel tersa y lozana. Porque entiendo que si no alcanzamos la seguridad y la estabilidad de la adultez, tampoco nos tocan las arrugas y el dolor de riñones. ¿Así era el trato, no Belcebú?