Cuando yo era un crío, acompañaba algunos veranos a mis padres a un pueblecito de la sierra de Alicante. Coincidía aquella semana con las fiestas que aquellas buenas gentes dedicaban a su santo patrón y que hoy supongo lo estarán al solsticio o vaya usted a saber qué alineación planetaria. El ayuntamiento, con más entusiasmo que medios, incluía en el programa, junto con las varietés, la actuación de un mago. No era ni Houdini ni David Copperfield, no nos movamos a engaño, y el repertorio de trucos era el clásico que repetía año tras año. Si bien esto no favorecía la variedad del número „pues los habituales podíamos predecir con exactitud el momento en el que el conejo o la paloma harían su aparición estelar„ propiciaba la observación científica.

Debo reconocer que, aburrido por la reiteración, me entretenía tratando de descubrir en que consistía y como se perpetraba el engaño. No lo logré jamás pero sí deduje la técnica básica del prestidigitador. Básicamente, y fuera cual fuera el juego, aquel tipo no dejaba de hablar en ningún momento, al mismo tiempo que gesticulaba exageradamente con una de las manos. Cuando ya había fijado la atención del público en ella, cuando la incesante verborrea y los gestos histriónicos nos tenían distraídos, con la otra mano realizaba el truco. Así de simple.

Pasados los años, ¿saben a quién me recuerda poderosamente el mago rural de mi infancia? No se lo van a creer: Albert Rivera. Su técnica es prácticamente la misma que utilizaba aquel artista. No se calla nunca, no deja de hablar ni para coger aire, concede ruedas de prensa, peregrina por emisoras y platós, imparte doctrina, sienta cátedra, aparece en los lugares mas insospechados y cuando esta frenética actividad consigue distraernos, con la otra mano trata de ocultar que el 21 de diciembre pasado, todo el mundo coincidió en señalarlo como el gran perdedor, que sus cuarenta diputados, dicho con toda consideración, son imprescindibles para nada.

Otras veces da consejo de todo y a todos, agita en alto los títulos de legitimidad y modernidad democráticas que generosamente otorga o retira a conveniencia, dice y se desdice y€ mientras tanto, con la otra mano y por debajo de la mesa, coge el voto de usted y lo desliza en la chistera de Pedro Sánchez, trasforma el voto de centro derecha en sufragio socialista con solo chascar los dedos. ¿Es un artista o no?

Díganme si no aplicó la misma técnica en el pasado debate de investidura. Clamó desde la tribuna contra la corrupción, inhabilitó a Mariano Rajoy por incapacidad para limpiar su casa, tronó en el hemiciclo como un ángel vengador, un profeta bíblico, se rasgó asqueado las vestiduras ante tamaña infamia y€ mientras tanto, con la otra mano, pretendió hacernos olvidar que su partido, siguiendo sus instrucciones, (que ni los pájaros cantan, ni las hojas caen en Ciudadanos sin que él lo sepa), sostiene en Andalucía al gobierno acusado de ser el más corrupto de la historia de España. ¿Ven por qué me recuerda al mago de mi pueblo?