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¿Cuál es el umbral de tolerancia de la corrupción?

Cuál es el umbral de tolerancia de la corrupción en este país? Es la pregunta que hay que hacerse después de que, con todo lo que ha llovido desde las pasadas elecciones, los sondeos sigan indicando que, si llegan a celebrarse otras nuevas, el Partido Popular volverá a ser el más votado.

Ya fue una anomalía el que, después de que la justicia comenzara a hacer finalmente el papel que cabía esperar de ella pese a todo tipo de condicionantes, de trabas políticas, los ciudadanos volvieran a dar la mayoría en las urnas al partido de Mariano Rajoy. Un partido que no había dudado en destruir físicamente el disco duro de un ordenador para impedir que se conociera su delictivo contenido, según testimonio de quien fue su tesorero y hoy es para la dirección un apestado.

Desde que se celebraron aquellas elecciones que complicaron nuestro panorama político ha sido constante el goteo de informaciones relacionadas con casos viejos o nuevos de corrupción en Madrid, en Valencia y en otros lugares donde el PP ha gobernado.

Continuos escándalos, a cual más indignante, de los que la prensa, o al menos los medios más independientes, han dado debida cuenta, por lo que no cabe pretextar una vez más ignorancia a la hora de volver a emitir el voto si es que se nos convoca de nuevo a las urnas.

Una mínima parte de lo que aquí ha sucedido habría provocado en otros países europeos dimisiones en cadena, comenzando por la del máximo responsable del partido que nos sigue gobernando, aunque ahora sea en funciones, pero con la misma soberbia de siempre al negarse a responder ante el Parlamento.

Pero aquí de momento es como si no hubiese pasado nada: prietas las filas y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. El señor Rajoy pretende liderar la nueva etapa con una gran coalición a la alemana sin entender que si estuviésemos en Alemania, hace ya tiempo que él, y otros de su equipo, tendrían que haberse ido ya a casa.

Y no se trata ya siquiera de sustituir al coriáceo político gallego por la vicepresidenta o cualquier otro porque en cierto modo todos son corresponsables de una forma de gobernar que muchos no quisiéramos ver repetida.

Aquí se ha gobernado muchas veces a golpe de talonario sin que ni corruptos ni, por supuesto, corruptores hayan tenido que dar cuenta de sus actos.

Aquí se manda a la cárcel a unos titiriteros y a un joven ladrón de bicicleta hace tiempo arrepentido mientras siguen libres banqueros corruptos, desfalcadores y evasores fiscales a lo grande.

Sólo la general sensación de impunidad reinante prácticamente hasta ayer explica unos comportamientos que deberían avergonzarnos como país pero que no parecen disgustar a un gran sector de la población a juzgar por su reiterado comportamiento electoral.

Por desgracia no es todo ello cuestión tampoco de un solo partido, sino que tampoco el principal de la oposición está, ni mucho menos, libre de escándalos, al menos donde siempre ha gobernado.

Hace falta ahora iniciar una nueva etapa, y está claro que ésta sólo podrá hacerse, con independencia de la combinación finalmente elegida, con el partido de la mayoría absoluta en la oposición, donde podrá aprender humildad y buenos modales.

Cualquier otra salida sería hacer un flaco favor a la democracia por mucho que quien nos sigue gobernando en funciones y sin querer dar cuentas de sus actos presuma de la fidelidad que le muestran una y otra vez sus votantes.

¿O es que aquí no tenemos remedio?

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