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La frontera legítima

Si Europa no defiende sus fronteras, los países que la forman volverán a alzar sus fronteras propias, con lo cual nos habríamos cargado la Unión sin resolver el problema migratorio. Pero el problema de fondo reside en que Europa no quiere compartir su riqueza a través del único modo de hacerlo sin desaparecer, que es la de un incremento exponencial de la cooperación para el desarrollo humano de los países pobres. Es decir, la legitimidad moral para defender las fronteras, estableciendo rígidos controles de la emigración, se vincula a una voluntad europea real (o sea, la que se plasma en presupuestos de gasto) de contribuir a remediar el problema en origen. Si en lugar de derramar sobre esos países programas de sanidad y educación les tiramos bombas podemos acabar perdiéndolo todo: las fronteras, la Unión Europea, el bienestar interno, las guerras, la decencia y nuestra propia razón de ser.

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