Se puede distinguir dos clases de políticos: los que les gusta la política y los que la utilizan. Afortunadamente, los primeros son mayoritarios. Lamentablemente, los segundos son más visibles. También están los que la ejercen y los que no. A lo que cabe añadir que no todos los que la ejercen la utilizan y no todos los que la utilizan la ejercen. Hoy, más que nunca, es necesario decir que, a la mayoría de políticos, les gusta la política y son honestos.

Según se van conociendo datos de la investigación judicial sobre el PP de Valencia, crece el nivel de aprensión. La impunidad con la que, al parecer, han actuado durante tanto tiempo, pone los pelos de punta. No se trata de un asunto de unos cuantos diputados, concejales o asesores. Aquí se ha imputado al PP de Valencia, esto es, a la organización política. Por ello, lo que está en cuestión es una forma de gestionar lo público basada en amiguismos y corruptelas: «En este país solo funciona la corrupción». Eso no es cierto. En este país, lamentablemente, algunos han hecho que la corrupción funcione.

Se puede sentir repugnancia por muchas cosas, pero sentirla por aquellos que durante años han gestionado la vida pública de esta tierra, supera todos los límites. Ya no es una cuestión de si se está de acuerdo o no con unas ideas. Se trata del respeto hacia lo que se representa y hacia los representados. Es decir, hacia las instituciones y hacia los ciudadanos. Es la ética política y la dignidad del sistema democrático lo que estos personajes han puesto en jaque. Un modelo político repugnante y una burda utilización de la política es lo que está sobre la mesa. Eso es Taula.