La película Spotlight sitúa en primer plano la pederastia eclesiástica. Historias truncadas por individuos sin escrúpulos, actores de un sufrimiento terrible a personas vulnerables. Y, de paso, la credibilidad de una Iglesia que ha guardado silencio demasiadas veces ante estas situaciones.

Tampoco olvidemos que la pederastia no es exclusiva de los hombres de la Iglesia. Lamentablemente, está en muchos sectores de la sociedad, y muchas veces, como afirman los expertos, en los ámbitos familiares cercanos, que son el caldo de cultivo de este latrocinio. Los casos de profesores son también muy numerosos. La vigilancia en los niveles escolares y extra escolares debe ser muy estricta. Tenemos demasiados casos recientes. Lógicamente, esto no es excusa para paliar el impacto de la pederastia de los hombres de Iglesia, que pone en primer plano la película galardonada.

La pregunta es si la Iglesia Católica está realmente sacando las consecuencias de esta nefasta historia. Durante demasiados siglos, todos los temas, que giraban en torno a la sexualidad o eran ignorados o tabuizados. El reconocimiento de la existencia de la pederastia, la puesta a disposición judicial de esos individuos, las indemnizaciones a las víctimas y la creación de comisiones de vigilancia y seguimiento en Roma y en algunas diócesis son indudablemente avances positivos.

Sin embargo, se impone una política preventiva seria y rigurosa. La detección de posibles tendencias patológicas, en etapas vocacionales precoces, sería capital para establecer terapias eficaces, incluso para ayudar a desistir de un opción celibataria contraproducente o imposible. La opción celibataria no puede apoyarse únicamente en un voluntarismo ciego. En esto se juega mucho la Iglesia Católica: entre otras cosas, la calidad de las vocaciones, evitar disgustos y dispendios económicos.

Por otro lado, la vulnerabilidad del sacerdote le puede convertir en carne de cañón de acusaciones injustas por parte de niños por razones nimias. La calumnia es siempre un riesgo. Y, por otro lado, hay que ponérselo difícil a los posibles pederastas con sotana. En general, son personas muy normales, incluso aparentemente consideradas pías y santas, por eso nos fácil de detectar su comportamiento, a no ser que la víctima cante. La claridad y transparencia en este campo redundará en absoluta tranquilidad para todos. Así se evitarían tentaciones y calumnias. En cuanto esta relación con niños está mediatizada por ambigüedades y oscuridades se convierte en la antesala del drama. En ningún caso esto debe mermar la confianza en la inmensa multitud de sacerdotes, que luchan cada día por ser fieles a su ministerio y a su celibato. Pero no levantemos la guardia€ nadie, y menos los padres.

Y, finalmente, la Iglesia, a la mínima sospecha real, suspensión cautelar o fulminante, dependiendo de cada caso, sin eludir las responsabilidades institucionales, ya que esa persona ha estado muchos años de una forma u otra bajo la tutela de la Iglesia. Y, por supuesto, la puesta a disposición judicial de esos individuos, y que la justicia haga su trabajo.

Desde luego, el papa Francisco ha convertido este tema en una cruzada personal. Esperemos que las personas a las que ha confiado la vigilancia sean fieles a su voluntad y mandato.