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Julio Monreal

Una lanza a favor del Valencia CF y Peter Lim

La afición del Valencia CF tiene motivos para el desencanto y la protesta, pero no es momento de marcar distancias sino de arrimar el hombro. Y también de recordar que Lim hizo lo que otros más próximos no quisieron.

Todos los partidos que juega ahora el Valencia CF y los que disputará hasta que termine la temporada son verdaderas finales para el club. Lo era el del jueves contra el Athlétic de Bilbao en la Europa League y lo es el de esta tarde contra el Celta de Vigo. Sin embargo, y pese a la importancia de los encuentros, la afición parece haber tirado la toalla, está atrapada en un desánimo que no presenta ni siquiera la del Levante UD, último en la tabla y luchando desesperadamente contra el descenso, pero con todo el apoyo de los incondicionales de Orriols.

Apeados de la competición europea y de la Copa del Rey, los valencianistas se vuelven hacia el palco para protestar contra los fichajes, el segundo entrenador de la temporada, la gestión de la presidenta o la existencia misma de un propietario que no se prodiga por Mestalla.

Con todo, conviene relativizar la situación y recordar que todos los males no provienen de este último, de Peter Lim. Seguramente es cierto que compró el Valencia CF como podía haber adquirido en su lugar el Wolfsburgo alemán o el Aberdeen escocés; y que lo hizo con vocación legítima de negocio, poco provista de la pasión de un aficionado que sí había impregnado a todos sus predecesores en la más alta responsabilidad del club.

Pero lo cierto es que lo compró. Con 42 millones, en plazos de 20 y 22, y un compromiso con Bankia a la que la sociedad anónima deportiva Valencia CF debía 240 millones de euros, el magnate singapurense se hizo con un club en situación más que preocupante, descapitalizado, endeudado y empantanado en las obras de un nuevo estadio y un proyecto de nueva ciudad deportiva que eran más el sueño de una época dorada que el reflejo de una dura realidad.

Nadie dió un paso al frente antes que Lim para asumir la tarea de reflotar el que por derecho es el tercer club de España, el país de la mejor Liga del mundo. Y eso que el Valencia CF se había convertido en el principal embajador internacional de la Comunitat Valenciana, como referente global de un territorio con unas naranjas en retroceso en favor del caqui y los chalés adosados, y con una paella extendida en recetas desdibujadas de arroz con cosas que los turistas se comían en las terrazas por las noches.

Nadie podrá decir que en la Comunitat Valenciana no había 42 millones de euros para tomar las riendas de su club de fútbol más emblemático, el que en todo el mundo se asocia con Kempes o Romario. Pero solo apareció Lim de la mano de un Amadeo Salvo principalmente interesado en atraer a un inversor que le mantuviera a él en la presidencia, cosa que sucedió hasta que se hizo inevitable la ruptura. Rusos, árabes y candidatos de otras procedencias fueron espantados y descartados con displicencia.

Lim es el dueño del Valencia CF porque nadie más quiso o supo serlo. En los encuentros empresariales, ya sean formales o informales, siempre emerge el lamento de no haber compuesto un grupo de cinco o de diez patronos con capacidad económica y acreditada gestión (las dos condiciones) con el objetivo de rescatar al club de Mestalla sin que este sufriera la tibieza de trato que se tiene con un deudor y con el sentiment de quien se ha criado con los colores. Las instituciones hicieron lo que pudieron e incluso más de lo que debieron, con una Generalitat que se pringó en unos avales insostenibles y con un Ayuntamiento de Valencia demasiado obsequioso en la reforma del viejo estadio y en la operación del nuevo campo, varado aún en Benicalap.

Lim y Layhoon sin duda han cometido errores; el primero, gestionar el club lejos de la afición, en contra incluso de su propio compromiso de contratar a algún referente valencianista para ayudarles a llevar el timón. Y luego se podrá hablar de fichajes de jugadores y técnicos, de falta de transparencia o de otras decisiones. Pero la afición valencianista no puede fallar ahora. Ella es la que se juega el futuro, la esperanza. El magnate de Singapur y sus delegados en Valencia estarán mientras les interese, pero el club continuará ahí, con la pasión y el «sentiment», con los sueños europeos y los desvelos del último tercio de la tabla.

Si un día los actuales gestores del Valencia deciden desvincularse del club, otros llegarán, y los aficionados se mantendrán en sus butacas, contemplando lo que hayan sido capaces de generar con su apoyo y su exigencia. Y quizás quienes se lamentan de no haber promovido un grupo de empresarios locales como propietario y gestor de la sociedad antes de que llegara Lim tendrán otra oportunidad de dar un paso al frente.

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