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"La sarpassa: ous als ous, bones pasques, bon dijous"

Ous als ous/ bones pasques, bon dijous. Ous al ponedor/ bastonades al Rector./ Ous a l´armari, bastonades al vicari./ Els bons ous pels escolans,/ bastonades pels capellans,/ ab un bastó de quatre pams./ Pus ací, ous allà/, a pegarli al sagristà./ Maces, maces al sereno/ que s´acaba la Passió/ Ous, ous,/ bona Pasqua i bon dijous». El Miércoles Santo, después de la misa mañanera, los curas salían a la calle a bendecir las casas de los pueblos a su cargo. Utilizaban hasta no hace mucho un ritual del siglo XVIII que aprobó el papa Benedicto XIV. Iban revestidos y acompañados de los monaguillos y sacristanes. Llevaban agua y sal bendita que repartían por las casas, engalanadas éstas con plantas y cobertors.

Bendecían a sus moradores, éstos de rodillas. Y eran recompensados con huevos, lo único que se tenía en los hogares por lo general para comer. Los más pudientes dejaban alguna monedilla en el saquito que portaba uno de los acólitos. La operación trasvase de la sal bendecida por la de la casa sin bendecir corría a cargo del sacristán. La sal es considerada por tradicionalmente por la Iglesia como un sacramental, uno de los remedios que tiene la para sanar el alma y limpiarla de pecados veniales y sus penas. La etimología de «sarpassa o salpassa» deviene según el erudito que se consulte de sarpasset, el hisopo y pozalito con que los sacerdotes bendicen con agua bendita, o de la expresión latina salis sparsio, la aspersión de la sal. Personalmente me inclino por la teoría del sarpasset y de llamarle al acto sarpassa o sarpassà, porque se trata de bendecir con agua a la gente y sus casas.

Es una antiquísima costumbre valenciana de Semana Santa, que aún se conserva en los pueblos de la Marina Alta muy apegados a sus tradiciones. Amantes y practicantes de esta tradición han sido siempre Pego, Adsubia, Otos, Benillloba, Antella, Finestrat, Beniatjar, Albalat, Murla, Castell de Castells, Vall de la Gallinera, Vall de Ebo, Gata de Gorgos, Albalat els Tarongers, Montichelvo.

Ha ido desapareciendo de nuestros pueblos con la llegada de curas jóvenes, que no acaban de entender lo de la religiosidad popular, y la transformación de la sociedad. Antes los pueblos pequeños por pequeños que fueran tenían cura y vicario porque había excedente de clero, ahora la falta de vocaciones hace que uno sólo atienda varias parroquias y están para muchos romanticismos. El hecho de que los sacerdotes en ese día acuden a la Catedral a la Misa Crismal con el obispo, también ayudó al decaimiento de la tradición, aunque en algunos pueblos se hacía el Lunes o Sábado Santo, no necesariamente en Miércoles. Era una costumbre altamente pastoral. El párroco aprovechaba la visita para invitar a los vecinos a asistir a los actos de Semana Santa en la Iglesia y felicitarles la inminente Pascua. En la casa donde había enfermos o impedidos pasaba a sus habitaciones. Al tiempo aspergía con el agua bendita todos los rincones de la casa, dando a besar la cruz que portaba en una mano.

En su recorrido callejero el cura iba acompañado, además de por los monaguillos con campanillas avisadoras del cortejo, por la chiquillería del pueblo, que cantaban coplillas referidas a los huevos, la Pascua y hasta al propio cura, letras jocosas y socarronas típicas del hacer irónico popular. Tradición esta que, por lo que se ve, está en serio peligro de extinción, ha ido desapareciendo y no les extrañe que pronto pase en los pocos pueblos donde sobrevive al baúl de los recuerdos. Y es que como dice Lina Cloquell, «estem molt desvanits».

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