No es la primera vez que escribo sobre el hecho de que lo normal en clima no equivale a la media aritmética, que no existe esa sinonimia. El otro día me atreví a plantear estas dudas en el perfil de AEMET-Comunidad Valenciana. Rápidamente me corrigieron casi de forma «abrumadora e incontestable»: «Me decían que el término «normal» climatológico se emplea internacionalmente y surgió por primera vez en literatura meteorológica en 1840, que ese concepto aplicado a series estándar de 30 años se emplea desde 1935, tal y como se acordó en la conferencia de Varsovia, y que el punto 4.8 de «Guía de prácticas climatológicas» de la OMM, titulado «Normales», habla de ese término. Está claro que la comunidad científica ha asumido que normal y media aritmética son conceptos asimilables, y yo no lo pongo en duda, pero insisto en no estar de acuerdo en que si un año me como 30 pollos y luego me tiro 29 sin comer ninguno, lo normal es que yo me coma un pollo por año. Es decir que en climas tan irregulares como el nuestro, sobre todo en precipitaciones, la media no es lo normal, que hay que utilizar otros conceptos estadísticos más ajustados en análisis más detallados, tal y como reconocen en su última respuesta desde AEMET-Comunidad Valenciana. Yo no soy tonto, yo también utilizo sin darme cuenta normal como sinónimo de media, reconozco que a algo hay que acogerse para hablar de parámetros climáticos y hacerse entender, pero en climatología, dos más dos no son cuatro. Donde yo vivo, en lo que llevamos de 2016 han caído 50 mm de precipitación, si yo sumo todos y cada uno de los registros diarios. No obstante, yo me atrevo a afirmar que, en realidad, han caído sólo 22, que es la suma de lo precipitado entre el sábado 18 y el martes 22 de marzo. Es muy sencillo, si caen 5 mm un día, hace sol y viento una semana, y luego vuelven a caer 5 mm, no podemos sumarlos, debemos quedarnos en que sólo han caído 5, y eso es lo que había pasado hasta este último episodio de precipitación más continua. El agricultor lo mide mejor, mide la sazón de la tierra, la capacidad de humedecerla por parte de la precipitación, que depende de su efectividad, y eso sí es real.

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