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Matías Vallés

Europa está en el sitio equivocado

La incertidumbre ante el terrorismo islámico se debe a que las amenazas se cumplen, pero los pronósticos no sirven. Bruselas ejemplifica el primer término de la ecuación. Menos de una semana después de la detención del superviviente de los atentados de París, la respuesta terrorista provoca una treintena de muertos. Sin embargo, y aquí entra en juego el segundo término, la matanza bruselense no enseña nada sobre el próximo atentado. Habrá que demostrarlo.

No todo el mundo recuerda qué estaba haciendo el 6 de julio de 2005, cuando el Comité Olímpico Internacional seleccionó a Londres sobre París para albergar los Juegos de 2012. El marcador de 54 votos a 50 se atribuyó al triunfo integrador de los londinenses sobre los parisinos, a la hora de configurar una sociedad multirracial y ecuménica. Sin conflictos, frente a las tensiones dominantes por entonces en la capital francesa. Hermosos argumentos salvo que, al día siguiente de la decisión del COI, cuatro terroristas islámicos perfectamente integrados en la ciudad de Leeds, con esposas e hijos, mataron a 52 personas en el Metro de la capital británica.

La ausencia de poder predictivo de los atentados desmonta a quienes hablan de «guerra contra el terror»; resulta curioso escuchar a Hollande haciéndolo los coros al cateto Bush. Además, una confrontación bélica se caracteriza por los enfrentamientos entre seres anónimos, los soldados desconocidos. En cambio, cada atentado que se viene registrando en Europa arrastra la coletilla de que «los autores eran conocidos para las autoridades y habían sido investigados». La identificación previa se asocia a un mínimo de eficacia policial, pero en realidad agrava la calificación del desenlace sangriento.

La aflicción colectiva es moneda de dudoso curso. Ya el doctor Johnson recordaba que se duerme a pierna suelta la noche siguiente a una matanza en Serbia, pero no se pega ojo en vísperas de sufrir la amputación de un meñique. El miedo es el equivalente social del dolor. En la dosis adecuada, funciona como una útil señal de alarma. Sin embargo, existe un riesgo de acondicionamiento al pánico. En contra de la doctrina oficial sobre el sensacionalismo, los medios de comunicación son los más proclives a establecer protocolos inertizadores. Antena 3 exhibió una insensibilidad absoluta, al presentar el martes un informativo en horario de máxima audiencia bajo el señuelo de que «vamos a ofrecerles los mejores momentos y las mejores imágenes» de los atentados de Bruselas. La cadena televisiva desvela la tentación de revestir la tragedia como un espectáculo más, indistinguible de un partido de fútbol.

La sensación de hallarse ante un atentado más, o ante el atentado de cada medio año, sobrevoló ayer las portadas de la prensa mundial. En Le Soir, «Resistir». En Le Figaro, «Golpe al corazón de Europa». En The Guardian, «Lo que temíamos ha ocurrido». En The Financial Times, «EI golpea el corazón de Europa». En el berlinés B.Z., «Lo que nosotros tenemos que decirle a los asesinos». En el Daily Mail, «¿Cuántos yihadistas más hay ahí fuera?». En el Bild, «Estamos en guerra». En The Courier Mail, «Euroterror». Los titulares citados omiten con deliberación a Bélgica, se aplican sin modificación alguna a las carnicerías islámicas registradas en los últimos años. Son estándares, o siguen la pista de un solo atentado que se repite. Las imágenes virales del Metro de Moscú, falsamente atribuidas a Bruselas, también apuntan a la coreografía unánime del horror expresado mediante bombas. Los periódicos escrutan coincidencias, pero ayer se agradecía el escueto texto de Libération en primera página: «Bruxelles, 22 mars 2016». Un distintivo es preferible a un tópico. El encabezamiento de portada más arriesgado y exacto corresponde al londinense The New Day. Sobre una foto de los heridos, se lee: «Y así sucesivamente».

La repetición conlleva la detección de pautas. Al segundo día, la atención se desvía de las víctimas a los terroristas. La fascinación que ejercen los criminales se sustancia en esta ocasión en los hermanos El-Bakraoui y sus manos enguantadas. No levantaron sospechas porque debieron interpretarse como un homenaje al guante de Michael Jackson. Junto a ellos, la figura evasiva del tercer terrorista, clave desde que Graham Greene relatara la importancia de este ordinal. En este caso, Laachraoui ha estado presente en el lugar de los crímenes en París y Bruselas, sin inmolarse en ninguno de los casos.

En otro clisé averiado, los inculpadores de Occidente enfatizan que el ochenta por ciento de los asesinados por el terrorismo islámico son musulmanes. De acuerdo, pero el cien por cien de los autores son asimismo musulmanes. Si la religión de las víctimas exonera a una fe concreta, también debe tener algo que decir cuando la reivindica el asesino. Occidente se ha desorientado. Hasta los titulares de prensa demuestran que Europa está en el sitio equivocado en el momento equivocado.

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