Los jefes de los estados miembros de la Unión Europea (incluido el de España, en funciones según para qué asuntos) se han puesto de acuerdo para cerrar las puertas a los refugiados sin papeles -que es como decir a todos- mientras daban cuenta de un apetitoso almuerzo. Con su simulacro de negociación para edulcorar este «pacto de la vergüenza» han vuelto a demostrar lo poco que les importan los derechos humanos y las libertades de los pueblos a los que dicen representar.

Ignorando los compromisos firmados con anterioridad para acoger a unos 800.000 refugiados (de los que apenas habían llegado 300) la UE se salta todos los tratados y declaraciones en pro de los derechos civiles, cediendo a un gobierno tan cuestionado como el turco las misiones de vigilar las fronteras ante el éxodo sirio y retener a las cientos de miles de seres humanos que deambulan por los caminos de media Europa, pero que ya están en territorio comunitario y, por tanto, son acreedores a la asistencia y la acogida como refugiados de guerra.

El caso es que la Europa de los mercados se niega a recibir a las riadas de víctimas que llaman a nuestras conciencias, huyendo del dolor y la miseria que las políticas de los propios estados del Norte causan en los expoliados pueblos del Sur. Los dirigentes del Consejo Europeo (donde cohabitan amigablemente gobiernos de derechas y de izquierdas) prefieren que Turquía haga el trabajo sucio, a cambio de 3.000 millones de euros (ampliables a otros tres mil) y de levantar el pie del freno en el largo proceso de integración turca y de supresión de visados para sus ciudadanos en la UE.

Para tranquilizar -no ya sus conciencias, que no lo necesitan-, sino a la población europea más solidaria respecto a la tragedia que viven quienes huyen de Oriente Medio y África, los estadistas continentales han firmado un papel (mojado, por supuesto) donde se comprometen a que no haya expulsiones colectivas ni en caliente. Una pírrica victoria de la servil diplomacia de los gobiernos más aparentemente sensibles, sin duda.

Desgraciadamente no ha sido necesario esperar a la entrada en vigor del acuerdo, puesto que nada más partir de regreso los lujosos aviones presidenciales ya empezó la deportación en barco de centenares de refugiados desde Lesbos a Turquía, así como el desmantelamiento de campamentos en el país heleno. Cuesta creer que en tan poco se hayan tramitado tantas expulsiones respetando la letra del acuerdo de Bruselas.

Frente a la política xenófoba e insolidaria de los gobiernos europeos, la respuesta ciudadana no puede ser otra que denunciar el citado acuerdo y practicar la solidaridad con todos aquellos hermanos que huyen de una muerte segura o de una vida insoportable. Otros pueblos lo hicieron antes con los españoles. Tampoco cabe tolerancia ni silencio ante bochornosos episodios de racismo como los vistos en Madrid y Roma tras sendos partidos de fútbol. Esta no es la Europa que hemos soñado. Este siglo necesita una Europa de derechos y libertades, de cultura y convivencia, de solidaridad.