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Rajoy y el síndrome de la Moncloa

En el imaginario político español existe, desde la época de Adolfo Suárez, la expresión «síndrome de la Moncloa» para referirse al aislamiento y alejamiento de la realidad de sucesivos presidentes del Gobierno, sobre todo a partir de su segundo mandato. Paulatinamente, los presidentes van recluyéndose en sí mismos y en su entorno más inmediato. Ignoran las críticas o las desprecian, sin atender a nada que no sea su propio criterio. Se embarcan en proyectos o medidas unilaterales, a menudo ligadas con la política exterior (pues sólo allí pueden dar la verdadera medida de su dimensión como estadistas), tienden a tirar mucho más de los decretos ley, o se encierran en el palacio de La Moncloa para vivir en toda su intensidad lo que perciben como un acoso periodístico-político injustificado.

Las modalidades son muchas. Cada presidente encuentra su manera, ligada con su forma de ser, de dejarse llevar por el síndrome. Y tal vez podamos decir que el actual presidente en funciones, Mariano Rajoy, está haciendo lo propio. Bien es cierto que Rajoy sólo lleva una legislatura y que el síndrome se manifiesta a partir de la segunda; pero recordemos que se trata de la legislatura más larga de la historia, pues duró un mes más de lo habitual, tras la sorprendente medida de Rajoy de convocar las elecciones el 20 de diciembre de 2015, mientras que las anteriores fueron el 20 de noviembre de 2011. Rajoy aprovechó ese tiempo extra para hacer algo absolutamente insólito: aprobar in extremis unos Presupuestos que tendría que aplicar el Ejecutivo que surgiera de las elecciones.

Además, las dificultades para configurar una mayoría suficiente para la investidura están alargando más y más la interinidad de Rajoy, con lo que „suponiendo que al final haya un Gobierno„ el mandato del actual presidente durará hasta junio de 2016, es decir: cuatro años y seis meses. Si no hay acuerdo y se convocan elecciones de nuevo, como mínimo un mes más. Si nos vamos al verano? Rajoy casi habrá gobernado cinco años. Nadie podrá decirle que no ha exprimido al máximo su victoria en 2011 por mayoría absoluta.

El problema para Rajoy, y ahí entra el síndrome de la Moncloa, es que ya no cuenta con esa mayoría absoluta, sino con 123 diputados (122, si descontamos al tránsfuga Gómez de la Serna). Y, sin embargo, se comporta, tanto en las negociaciones de investidura como en su desempeño como presidente, como si aún tuviera 186. En las negociaciones, marcando una pauta en la que resulte indiscutible que, «como líder del partido más votado», le corresponda a él, y a su partido, seguir gobernando. Y a los demás, apoyar. Incluso en los reproches, más o menos larvados, que se han lanzado desde el Gobierno al rey de España, por no haber seguido la estrategia de Rajoy al pie de la letra: no proponer a nadie para la investidura que no sea Rajoy, a pesar de que Rajoy, cuando se le ha propuesto, dice que no, porque no tiene apoyos.

El problema es, y parece que en el PP -no así Rajoy, impertérrito en La Moncloa- comienzan a darse cuenta ahora, que su partido, y su líder, han generado tal animadversión política y social que casi nadie que no les haya votado quiere tener nada que ver con ellos. Y así, «el partido más votado», cuando sólo es votado por un 28%, tiene poco que hacer. Desde luego, nada que reprochar a Rajoy en esto, pues él aplica su estrategia «rajoyista» favorita para conseguir su objetivo, que no es otro que perpetuarse en la Moncloa: dejar que el tiempo pase.

En cuanto a su desempeño en el Gobierno en funciones, llama la atención su tajante rechazo a someterse a sesiones de control en el Congreso, es decir, al escrutinio parlamentario, que ha provocado un conflicto institucional entre Ejecutivo y Legislativo también insólito en España. Como si el hecho de estar en funciones, y de tener, por tanto, una legitimidad política, y capacidad de acción, limitadas, le otorgase al Gobierno más impunidad, y no menos. Como si aún estuvieran en la mayoría absoluta de los 186 escaños y el rodillo parlamentario que vivimos en la anterior legislatura. Como si, en resumen, en La Moncloa siguieran viviendo en 2015.

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