Son las ciudades violentas por su propio naturaleza? Es una discusión que se produce en el mundo académico que estudia desde los años 60 las concentraciones urbanas que nacen de la explosión demográfica urbana producida, principalmente, por la emigración del campo. Según algunos autores la llegada de tantos emigrantes no puede ser recibida satisfactoriamente ni por el sector público ni por el privado. Las expectativas de los emigrantes no se producen y más bien éstos sienten una gran frustración ante la proximidad de los bienes, los servicios, la riqueza, los consumos que él presencia y a los que no tiene acceso. Si su frustración no se canaliza se produce violencia. A esto se añade los problemas que tienen los emigrantes para ajustarse psicológica y socialmente al mundo urbano. Ello produce crisis de identidad y una ruptura de los controles sociales sobre las conductas que funcionaban en sus lugares de origen. De esta manera los emigrantes pueden ser reclutados por bandas de delincuentes organizados que los utilizan como mano de obra barata y disponible a la que incluso se la puede motivar con argumentos de odio a los ricos.

En contrapunto a ello surge la violencia nativa, los grupos o tribus urbanas que incluyen a los emigrantes entre sus objetivos a batir. Esos grupos, simbolizados por los movimientos radicales de extrema derecha considera que el emigrante simboliza al «otro», al que viene a quitarle trabajo, a cambiar sus signos de identidad, a practicar ritos que ellos desconocen y se sienten autorizados para agredirles. Con frecuencia tales grupos tienen la complicidad de los representantes del orden público a los que suelen servir de colaboradores entusiastas. Incluso algunas zonas de la ciudad ven con buenos ojos la existencia de esas bandas violentas contra los emigrantes porque los consideran como sus «vigilantes» contra los sospechosos recién arribados. La anomía propia de la ciudad se consolida con estas confrontaciones y, de hecho, la investigación que se está produciendo al respecto distingue entre ciudades prósperas y ciudades tercermundistas. En las primeras la violencia es marginal y puntual, en las segundas se ha incorporado al tejido urbano y han hecho nacer una policía paralela, privada, al servicio de negocios.