Europa es un nombre propio que designa a un continente: desde la perspectiva geográfica, Europa es una arbitrariedad lingüística inequívoca. Es real y existe. Pero Europa es, también, un universal que designa una idea común y compartida y un ideal moral, jurídico y político. Ahora mismo ese ideal ni existe ni se le espera: puro nominalismo, es sólo un nombre. Sólo existen los Estados particulares con sus intereses concretos y distintos. Las excepciones de Gran Bretaña, Austria y Hungría, entre otras, rompen con el ideal común y compartido; el acuerdo firmado por los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión (sic) Europea acaba con todo lo demás: ni solidaridad, ni refugiados, ni derecho de asilo que valga. Nos pasamos el estado de derecho por el forro y un «realismo» mezquino, equivocado y culpable justifica el incumplimiento de las leyes que libremente nos comprometimos a obedecer. Sólo una concesión a la mala fe: las expulsiones de los refugiados no serán masivas, pero si «uno a uno», hasta llegar al «todos». Europa es un pajarraco que aletea, tocado del ala, en el cielo platónico, pero en lo concreto todo era mentira y la altura moral de nuestro país se recoge en una cifra: 18 refugiados acogidos. Que los refugiados sean las primeras y más numerosas víctimas del terrorismo miserable que denunciamos parece secundario.

Observo con preocupación ese discurso dominante que reclama la unidad sin matices. Lo cierto es que los matices forman la tierra de lo concreto, tan cierto como que hay gente que se mueve mejor en el cielo impune de lo abstracto. En las declaraciones que recogen los noticieros, y en la misma «agenda» que deciden los editores, ve uno cierta mala fe: se permiten introducir una sombre de duda en la postura de Podemos o en las declaraciones del alcalde Ribó ante el terrorismo. Parece que no se pueda afirmar, por ejemplo, que «los ataques de ahora son el resultado de la destrucción de Irak en 2003» y rechazar absolutamente, al mismo tiempo y con repugnancia, los crímenes del terrorismo. Los matices no lo son a la necesaria unidad y al rechazo.

Entiendo el cabreo y la rebelión de los 9 concejales del PP: el delito por el que se les investiga y que supuestamente cometieron, fue un «delito de partido». Quiero decir que, aunque los sujetos son siempre individuales, el «pitufeo» se realizó con la vista en el bien común del partido: obedecieron cuando estaban obligados a desobedecer, pero no obtuvieron más beneficio que el de sus actas (¡que ya es!). Debe ser chungo recibir ultimatums y amenazas desde Génova o desde la dirección regional de los de aquí y reconocerles una superioridad moral de la que carecen, a no ser que la supuesta ignorancia culpable de los que mandan sea un valor superior a la «cabotà» de los que obedecen. Parece que fueron los nueve concejales los que jodieron al partido, cuando fue el partido quien nos jodió a todos. Pitufos y pagafantas. Que dimitan todos.