El lunes de Pascua es el día de salir a comerse la típica «mona». Aunque mi querida madre aún elabora y reparte este dulce entre sus ocho nietos, mi paseo de ayer se alargó hasta los 11 kilómetros y trascendió el mero evento gastronómico. La ruta siguió uno de los hermosos parajes de la sierra de Espadán. Partiendo de Eslida, paso por la cueva de l´Oret, el pico de la Bellota y el puntal de l´Aljub. Salir al monte es toda una experiencia para un geógrafo: Peñagolosa, las islas Columbretes, la Albufera de Valencia y hasta el cabo de San Antonio. Pero además de roquedo, vegetación y paisaje en general, aporta vivencias meteorológicas y climáticas. La cueva de l´Oret aún mantiene algunas estalactitas y estalagmitas e incluso columnas, fruto del paciente proceso de meteorización sobre la roca calcárea y de deposición del carbonato cálcico. El rato de disfrute en su interior sirve para apreciar la estabilidad térmica de las cavidades. Sumidas en la penumbra, el aire no sufre de la amplitud térmica a la que la alternancia día y noche somete en el exterior. La vegetación nos aporta otra lección climática. El alcornoque tiene cierta exigencia térmica, aunque su principal limitación es evitar la caliza. Pero en su sotobosque se acompaña de helechos, como el polipodio o la capilera negra. La humedad que captura la sierra favorece a estas especies. Otra lección es atmosférica. El día ha sido nublado pero con estabilidad y el aire serrano, puro y limpio, como quedaba evidenciado por la enorme proliferación de líquenes en las paredes del pico Bellota, contrastaba con las tierras bajas, donde había quedado una capa superficial de aire denso, cargado de partículas en suspensión. Oscura en un día gris hacía honor a su nombre, la capa sucia. Toda una lección de la atmósfera.