Los españoles esperan, pero ya no saben si deben esperar un gobierno o nuevas elecciones. La actuación de los partidos transmite poca confianza y provoca un profundo escepticismo. Desde la investidura fallida no ha habido noticia de sus gestiones para llegar a un acuerdo que es imprescindible. El PP tan pronto parece que toma la iniciativa y anuncia una inminente llamada al PSOE para negociar en serio como vuelve a la inmovilidad que define su estrategia política desde las elecciones. Los líderes del PSOE y de Podemos han podido encajar en sus agendas llenas de actividad un breve intercambio de impresiones por teléfono. La nota de prensa indica que en la conversación los dos coincidieron en la urgencia de cesar al Gobierno en funciones, aunque difieren en la fórmula de hacer efectivo el relevo. Ambos partidos hablarán sentados a una mesa, pero al encuentro acudirán sin estar muy convencidos de alcanzar un pacto y rodeados de malos augurios. Según las últimas encuestas publicadas, la mayoría de los españoles piensa que habrá elecciones y crece el número de los que, visto lo visto, las prefieren.

Mientras se resuelve la espera, en la vida política se ha generado una dinámica distorsionada, tendente a un ligero desorden. Los grupos parlamentarios del Congreso recién elegido acosan con sus discrepancias al Gobierno en funciones del PP, que se niega a ser sometido a control, apoyado por una minoría insuficiente para protegerlo, y es probable que el enfrentamiento acabe siendo arbitrado por el Tribunal Constitucional. El conflicto tiene su origen en el hecho de que tales grupos pueden desafiar al PP concertadamente, pero no han sido capaces de gobernar en colaboración. La inoperancia a la que está obligado el gabinete en funciones está produciendo también cierta descoordinación institucional en todos los niveles. Por otra parte, los partidos afrontan crisis internas, como la de Podemos, o rumores de crisis, como los que hablan de batalla por el poder en el PSOE ante el próximo congreso, o de la existencia de una corriente muy conservadora en el PP que podría estar planteándose la creación de un partido de inspiración católica. Además, la Unión Europea y la cuestión territorial reclaman una atención prioritaria, pero las limitaciones legales del Gobierno en funciones le impiden adoptar decisiones de hondo calado político.

En esta larga espera, la reunión del PSOE con Podemos se presenta como la última oportunidad para poner fin a la situación de interinidad política antes de que no quede otra opción más que convocar elecciones. El PSOE ha asumido la iniciativa de formar gobierno, cuando en principio no le correspondía, y así ha ejercido un protagonismo muy superior a sus resultados electorales, pero a cambio ha contraído una enorme responsabilidad, mayor aún tras su rotundo rechazo a entablar conversaciones con el PP. Ahora llega al tramo final de las negociaciones, si es que pueden denominarse de esta forma los movimientos realizados por los partidos desde las elecciones, presionado por haber fallado en el primer intento y con la amenaza para su secretario general de convertirse en la encarnación del fracaso, un fracaso muy costoso para el país.

Excluido el PP de cualquier posible pacto, el PSOE necesita para la formación de un gobierno el apoyo de Podemos y al menos el consentimiento de los nacionalistas catalanes. Podemos le ha tendido la mano, como hizo en otras ocasiones, con unas condiciones difíciles de aceptar. El contenido de la visita de Pedro Sánchez al presidente de Cataluña es un enigma, pero las probabilidades de que forme gobierno no han aumentado sustancialmente desde entonces. Advertido de la posibilidad de un giro del PSOE hacia la izquierda, y en busca de complicidades con los nacionalistas de la periferia, Ciudadanos, que se mueve en dirección contraria, amaga con desentenderse del pacto firmado, que de hecho ya es papel mojado.

El Gobierno soñado por Pedro Sánchez, transversal y de cambio, es una idea marchita, que se ha desvanecido con el tiempo y el uso.

¿Y Podemos? Es la única esperanza que queda de tener gobierno pronto y una tentación para Pedro Sánchez. Pero Podemos genera una enorme incertidumbre. Los asuntos mayores de la próxima legislatura, como la reforma constitucional, la cuestión territorial o los desafíos de la Unión Europea, son muy complejos y sus dirigentes carecen por completo de experiencia en gestión política. La crisis interna vivida estas semanas avisa de un futuro inestable en la organización y sus relaciones con las llamadas confluencias, que cada día más reivindican su autonomía. La actitud hacia el PSOE es beligerante y, en el fondo, confusa. En el caso de que Podemos, por desconfianza, se mantenga en sus trece de no facilitar la investidura de Pedro Sánchez si no forma parte de su Gobierno, sólo queda la posibilidad de que el PSOE y Podemos formen una coalición, que estaría en minoría en el Congreso. ¿Es ése el Gobierno que conviene al país y que conviene al PSOE?