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«No se hallará república que tanto haya favorecido al santo»

Durante su última estancia en Valencia, el dominico Vicente Ferrer se empleó a fondo en el encargo que le hizo el Consell de la Ciutat: pacificar las sangrientas guerras entre diversas familias de la nobleza feudal (Centelles, Vilaragut, Mazas, Soler,€) en su afán de detentar el poder social, político y económico, que causó miles de muertos.

Para entonces, el afamado fraile había impulsado la creación de la Universidad de Valencia y el Colegio de Niños Huérfanos, e incluso había reglado y remediado en parte la vida de las mujeres que se veían forzadas a la prostitución.

Todo lo hizo con especial unción y veneración. Apóstol y andariego su intención inicial era quedarse un cierto tiempo en la ciudad que le vio nacer y volver a recorrer el territorio del Reino, cuando recibió un recado de escribir del rey Don Fernando, fechado en Barcelona el 29 de junio de 1413, en la que le solicitaba que acudiera allí por «ser necesarios vuestros santos sermones y loables amonestaciones», pidiéndole que «tan presto como podréis, vengáis a esta ciudad para continuar vuestros santos sermones, y al servicio y gloria del nombre de Dios arrancar del pueblo de ella todos vicios y cizaña».

Sabedor el rey Don Fernando de la habilidad diplomática del santo al lograr acabar con las guerras civiles entre los díscolos nobles valencianos, le quiso junto a él en el «Principado de Cataluña, donde se necesitaba mucho de su persona para sosegar los ánimos de la provincia, particularmente de los afectos al conde de Urgel y descontentos del nuevo gobierno».

Vicente Ferrer cortó de inmediato sus planes en tierras valencianas y marchó camino de Barcelona. Predicó su último sermón en Valencia en plaza pública y en su transcurso se inquietó la gente por la noticia de que un incendio se había producido en una casa de la ciudad. Algunos echaron a correr para ayudar en el siniestro, pero el santo les contuvo: «Ninguno se mueva, ni os dejéis perturbar de aquel enemigo que pretende poner estorbos a la palabra de Dios. Estad seguros de que el fuego no quemará la casa, ni consumirá sus muebles». Y así fue, el fuego se apagó sólo sin causar daños.

Aquel repentino cambio de intenciones y previsiones hizo creer a algunos que su marcha inesperada se debió a su cansancio por tanto intermediar en la cesación de los odios y la pacificación de las luchas fratricidas que alborotaron y ensangrentaron durante muchos años el Reino de Valencia y lo que le costó que todos los bandos en lucha depusieran las armas.

Fue el historiador fray Francisco Diago quien vertió sobre el santo una leyenda referida siempre a casi todos los santos italianos en sus pueblos natales, que un día se marcharon disgustados de ellos recriminándoles no reconocerles y aceptarles por aquello de la Biblia de que nadie es profeta en su tierra.

La leyenda que amañó Diago y atribuyó sin fundamento histórico a san Vicente Ferrer la amplifica al afirmar que al irse de Valencia profirió un: «Ingrata patria, no tendrás mi cuerpo», adobado por la leyenda negra popular que «s´espolsà les espardenyes», significando el no quiero saber nada más de Valencia, convirtiéndose tamaña falsedad en una de las pocas cosas que más se conoce de la vasta obra política, social y religiosa que hiciera el santo.

El mejor biógrafo de san Vicente Ferrer, el dominico Francisco Vidal y Micó, niega categóricamente este hecho, y afirma que el «Maestro Diago en esta parte se dejó llevar de alguna voz vaga, sin autor ni fundamento alguno, como otras que aún corren apócrifas». Y se pregunta: «¿Cómo podía el Santo justificadamente llamar a su patria ingrata, cuando no se hallará república que tanto haya favorecido, honrado y aún obedecido a un hijo suyo, como Valencia veneró y obsequió a S. Vicente? De su público consiguió el santo lo que quiso».

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