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Patada en el culo

El Mariano Rajoy de toda la vida era un señor que practicaba, verbalmente, la prosa registral clara, resolutiva y algo retórica. Luego pasó por una fase oracular que enfoscaba cuanto decía para bucear muy hondo donde no pudieran picarle los alcatraces de la prensa desleal. Le ayudaba, es un decir, la Cospedal, muy en su papel de rubia tonta y rica hembra que sabe que, en este país, más de erecciones que de asombros, estar buena es el 90% de la carrera. Ahora se presenta como un experimentado inquilino de la Moncloa y, como todos lo que le precedieron (salvo Zapatero), le ha afectado el virus de la arrogancia, de la displicencia, lleva el tupé levantado y responde que sí, que llamará a Sánchez. Un melancólico furioso. Como Felipe, como Aznar, qué español.

José Luís Peña es el abogado y exmilitante del PP que abrió la fosa séptica de la Gürtel y casi se desmaya del tufo. Se lo contó, en vano, a Esperanza Aguirre y a Cristina Cifuentes. En una entrevista, Peña aporta un curioso dato psicológico del todavía presidente: «Cuando Rajoy cogía (supuestamente) el sobre de Bárcenas, como creía que hubiera ganado más en la empresa privada, daba por legítimo ese sobresueldo». Es lo que yo digo: si asumir tareas publicas les sale tan caro ¿qué hace ahí descuidando el patrimonio? Sean felices y no se sacrifiquen tanto.

A José Luís Peña, su padre le leía a Plutarco y, por su cuenta, «sigue leyendo a Herodoto», no por coger barniz cultural sino por aspirar a la virtud clásica: «tengo hijos y no quiero dejarles un país de mafiosos» ¿Se imaginan a representantes del matonismo pijo como Correa o El Bigotes, como Carlos Fabra o Alfonso Rus con semejantes inquietudes? No, claro. Para quienes fuimos educados en valores doctrinarios y amor a la trinchera, tipos como Peña son una bendición: ayudan a comprender que en todas partes hay personas decentes, que las cosas nunca pueden ir tan mal si no es con nuestra colaboración y que con los comedores sociales llenos y los aeropuertos bombardeados, hay que darle una patada en el culo al de Pontevedra y dársela ya.

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