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Dilemas de la política televisada

La última campaña electoral, y en realidad el ciclo político de los últimos dos años en su conjunto, puede leerse como el momento álgido de la política televisada en España. Los líderes de los dos partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, son, en buena medida, producto de la televisión. Ambos, y también el líder socialista, Pedro Sánchez, cuentan entre sus principales virtudes con la telegenia, es decir: su capacidad para salir bien en televisión (por su físico, por la soltura y agilidad con la que lanzan sus mensajes, o por ambos factores).

Casi todo lo sucedido en la campaña, así como antes y después de la misma, ha sucedido en televisión, o con el objetivo de que acabase saliendo en la televisión. El frenesí de mensajes, declaraciones, apariciones sorprendentes, giros discursivos, etcétera, estaba, y está, pensado para ocupar el mayor espacio posible en los medios, y sobre todo en las pantallas. Para que sea el discurso, y el líder, de cada partido el que se imponga sobre los demás, en un contexto en el que las televisiones dedican horas y horas a informar, y sobre todo a opinar, sobre la situación política española. Una dinámica en la que acabó entrando incluso Mariano Rajoy, en el pasado tan poco dado a aparecer en televisión (total, para qué, debía pensar: ¡si controlo la mitad de las televisiones!), pero que en campaña apareció en un debate y en varias entrevistas, incluido Bertín Osborne (momento mítico de la historia de la televisión en España).

En este contexto, las negociaciones para formar Gobierno constituyen un fenómeno televisivo de primer orden, sólo superado por la incertidumbre de la que vivió la televisión en los meses anteriores a la campaña: ¿quién ganará? ¿Cuáles serán los resultados? Esas eran las preguntas entonces. Ahora sabemos que no ganó nadie, tampoco el PP, que fue el más votado (al menos si entendemos «ganar» como algo diferente a sacar un 28% de los votos y que nadie quiera pactar con ese partido), pero a la solución de dicha incertidumbre le sigue, en implacable lógica televisiva que necesita de nuevos argumentos para seguir desplegando una trama entretenida, la nueva incógnita: ¿quién formará Gobierno y cómo?

Y en esas estamos, desde hace meses. Aparentemente, sin que haya grandes novedades, porque los acontecimientos se despliegan con extraordinaria lentitud. Parece que suceden muchas cosas, continuamente, en el corto plazo, pero casi ninguna de ellas tiene la más mínima incidencia práctica; sobre todo, porque son declaraciones y tomas de posición pensadas para el consumo mediático más inmediato, y porque la mayoría de ellas, además, se dirigen hacia el enfrentamiento y el choque entre partidos, mucho más espectacular que el consenso y el reparto de puestos.

Sin embargo, los partidos también están condicionados por una realidad aplastante: la del calendario. Si al final no llegan a acuerdo alguno, habrá elecciones de nuevo. Siete meses después de las elecciones decisivas, la nueva política, el cambio, y un largo etc. Otra vez. Para obtener, previsiblemente, un resultado muy similar al actual. Y si esto sucediera, además, todo el mundo tiene muy asumido que de ahí sí que saldría un Gobierno. Y, también, que los partidos saldrían del proceso fuertemente desacreditados.

Por otra parte, nadie las tiene todas consigo. Lo normal, si hay elecciones otra vez, es que pase más o menos lo mismo que en diciembre, pero también puede pasar que los electores castiguen más a unos que a otros. Nadie quiere arriesgarse a eso. Así que en los últimos días hemos vivido una serie de movimientos que tal vez sean puro espectáculo, escenificación de PSOE, Podemos y Ciudadanos para salir bien en la foto y en el relato definitivo de lo que está sucediendo en las negociaciones, todos con el mismo objetivo: si no hay elecciones, la culpa no es mía.

Quizás sea eso€ O quizás, conforme se acerca la hora de la verdad, las posturas irreconciliables, que tan firmes quedan en televisión, no tienen otro remedio que moderarse, y buscar un pacto. Sea «a la valenciana» o de otro tipo. Además, el pacto a última hora es una solución narrativa que también daría mucho juego en televisión, de manera que conviene no descartarlo.

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