Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Las letanías y novenas que dejaron de rezarse al santo

«Intérprete de la Trinidad, gema de virginidad, fuego de caridad, espejo de penitencia, sermón potente, flor de celestial sabiduría, venturoso profeta de Cristo, siempre piísimo, ferventísimo reconciliador de las almas, amadísimo de Jesucristo, potentísimo resucitador de muertos, santo defensor de la fe, maestro de penitencia, esplendor de los electores, compañero de los ángeles, ojo de los ciegos, oído de los sordos, consuelo de los desolados, lengua de los mudos,€».

San Vicente Ferrer tuvo su novena y letanías propias que en el siglo XVIII consta tuvieron un arraigo especial de gran unción en los territorios de la Corona de Aragón, pasando la costumbre, además de al resto de España, a Francia e Italia.

En Valencia, por entonces, las pláticas de las Novenas llegaban a durar tres cuartos de hora, «sucediendo casi todos los años regularmente algún portento y favor del Santo», cuentan los historiadores. El piadoso ejercicio se hacía expuesto en el altar el Santísimo Sacramento. La temática de la prédica solía versar sobre los siete pecados capitales y las siete virtudes antídoto a ellos, «el remedio para librarse y sanar el alma de todos los pecados».

Los siete viernes antes de su fiesta eran dedicados al santo, algo similar a los siete domingos de san José. Fue el segundo Papa con el nombre de Benedicto XIII, dominico, quien promocionó en toda la Iglesia dicha costumbre de los viernes, que más tarde confirmaría mediante Bula el Papa Clemente XII. Había que rezarlos en Iglesias regentadas por la Orden de los Predicadores y alcanzaban años y cuarentenas de perdón y en casos hasta indulgencia plenaria.

El cardenal Alejadrino, legado del Papa san Pío V, ya había concedido en 1571, 200 días de indulgencia a todos los fieles que rezaran en el día de su fiesta en la Celda de san Vicente del Convento de los Dominicos de Valencia (hoy sede de la Capitanía General) y 100 días más en todos los del resto del año en su capilla del templo conventual. También dieron 40 días de indulgencia por el mismo motivo los arzobispos Juan de Ribera y Andrés Orbe, siempre que se rezara un Padre Nuestro y una Ave María. Las indulgencias siguen vigentes, pues fueron declaradas a perpetuidad.

La Novena cerraba el ciclo y se abría con el sermón sobre el temor de Dios. Se pedía principalmente por el consuelo deseado y para alcanzar una buena muerte. Curiosas eran las letanías, o preces, en latín, que se cantaba en la Catedral de Vannes (Francia), donde murió el santo, documentadas ya en 1645, donde a san Vicente se le advocaba, entre otras cosas, como «intérprete de la Trinidad, gema de virginidad, fuego de caridad, espejo de penitencia, sermón potente, flor de celestial sabiduría, venturoso profeta de Cristo, siempre piísimo, ferventísimo reconciliador de las almas, amadísimo de Jesucristo, potentísimo resucitador de muertos, santo defensor de la fe, maestro de penitencia, esplendor de los electores, compañero de los ángeles, ojo de los ciegos, oído de los sordos, consuelo de los desolados, lengua de los mudos,€»

En la oración final se pedía a san Vicente que por sus méritos como predicador ardoroso de la misericordia y la salvación fuese diligente intercesor del suplicante en el momento de comparecer en el «tremendo juicio seguro ante Dios con el fin de gozar de la eterna felicidad».

Compartir el artículo

stats