Entre las numerosas cruces (faltas) que le ponen al papa Francisco en su hoja de aplicación y rendimiento se halla ésta última, todavía caliente. Sucedió en la oración final del Vía Crucis en el Coliseo Romano, hace pocos días. El Pontífice rezó así: «Oh, Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia». ¿«Cierta religión»? ¿Pero acaso hay alguien que no sepa a qué se refiere el Papa? ¿Por qué entonces ese pudor para no pronunciar la palabra Islam (cuyo significado etimológico es precisamente «sumisión»)? Es necesario otorgarle de partida a Francisco -o a un Papa contemporáneo-, el beneficio de la prudencia, esa suavidad que pretende no echar más queroseno a la brutalidad que basándose -«interpretando», es la versión suave- en el mensaje del Profeta acaba de sacudir Bruselas o Lahore (Pakistán), dentro de una larguísima nómina de atentados (por cierto, Bruselas/Lahore: las masacres de cristianos fuera de Europa están siendo espantosas, pero el viejo continente sólo se conmueve -en todos los sentidos, incluido el militar- con lo que sucede en su ombligo).

También pudiera existir otro motivo en la omisión de Francisco, tal que la explosión islámica que se formó cuando el papa Benedicto XVI dictó en 2006 la célebre «conferencia de Ratisbona» y citó al emperador de Bizancio, Manuel II , que le decía a un persa con el que debatía: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». El revuelo posterior fue intensísimo y Ratzinger se vio obligado a introducir una nota a pie de página en la versión impresa de la conferencia: «Sólo quería poner de relieve la relación esencial que existe entre la fe y la razón. En este punto estoy de acuerdo con Manuel II, pero sin hacer mía su polémica». Digamos que el Papa emérito dijo todo lo que podía decir, a saber, que él, como Papa, no puede montar broncas, pero Manuel II no apuntaba mal. Correcto.

También vamos a dar por descontado que la diplomacia vaticana trabaja intensamente con sus terminales planetarias para que el Islam pacífico se imponga al violento. Sin embargo, esta última tarea es de ejecución muy difícil pues no existe una cabeza islámica con la que tratar, sino una pulverización de mezquitas, grupos, doctrinas o cultos. Si acaso, hay algún gran muftí, alguna Asociación de Estudiosos del Islam, algún jeque de universidad, algún ministro turco o algún consejo musulmán (como el británico), con los que establecer conversaciones, pero todavía no se ha visto el momento en el que los representantes de una porción muy relevante del Islam -empezando por sus teocracias de Oriente Medio-, hayan reconocido que tienen un problema de extrema gravedad, ya que en nombre de su Dios hay verdaderos animales causando masacres y aplastando a cristianos, o a mahometanos de otras doctrinas, o a todo aquel que no se «humille» ante ellos.