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Política exterior

Está pasando el año de Cervantes sin pena ni gloria mientras nos enteramos de que nuestro gobierno, que tanto pecho saca siempre de patriotismo, trató de diluir la participación española en el último Congreso de la Lengua, celebrado en Puerto Rico.

Hubo varias meteduras de pata diplomáticas, fruto de lo que algún medio ha calificado con razón "mensaje de servilismo" hacia Estados Unidos, como la de que el director de la Academia Española se felicitara de que el congreso se celebrara por primera vez "fuera de Hispanoamérica".

O el hecho de que el rey de España dijera sentir "una gran alegría" en nombre propio y de la reina de viajar nuevamente "a los Estados Unidos de América", olvidándose al parecer del particular estatuto de "Estado libre asociado" de esa isla que fue colonia española y que, a diferencia de Filipinas, ha conservado con encomiable determinación y orgullo el idioma de Cervantes.

Y ello después de que, como han insinuado algunos medios, el Gobierno hubiera intentado absurdamente disuadir al monarca de que viajase con tan justificada ocasión a la isla caribeña para no provocar al parecer a Washington.

Tuvo que ser un escritor puertorriqueño llamado Eduardo Lago quien afease tal conducta a los representantes de la antigua metrópoli y les recordase que "ni la cultura ni la lengua" son "adornos" para los isleños, cuya defensa del español es digna de mejores embajadores del común idioma.

Uno puede imaginarse fácilmente lo que haría Francia, defensora a ultranza de la francofonía, hasta el punto de integrar en ella a países tan dispares como los que van desde los africanos hasta Rumanía, Albania, Camboya o Vietnam, si compartiese lengua y cultura con todo un continente como Iberoamérica.

Vemos al mismo tiempo cómo desde que nuestro ex presidente del Gobierno José María Aznar consiguió que los gobiernos europeos aislasen a Cuba, extremo al que ni siquiera llegó Francisco Franco, vamos a la zaga no ya sólo de nuestros socios continentales, sino de los propios Estados Unidos, en el acercamiento internacional a la antigua colonia.

Porque ahora no sólo los norteamericanos, sino también franceses e italianos se nos han adelantado en los contactos al más alto nivel con países que deberían ser nuestra prioridad diplomática absoluta. Y parece que aquí nada de eso importa.

¿Hay una política exterior española que merezca ese nombre? ¿Qué tienen que decir al respecto quienes no paran de hablar de un gobierno del cambio? ¿Cuándo conseguiremos mirar más allá de la punta de nuestras propias narices?

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