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Martí

Piratas de bolsillo

La revolución tecnológica ha sido tan veloz que nos ha confundido. Aunque todo cambio tiene su adaptación, muchos suponen que la facilidad de acceso al universo digital significa impunidad total, una premisa instalada en el usuario ante la ineficacia en la regulación global y segura de los contenidos en la red.

España es uno de los países europeos con mayor piratería intelectual. El 87% de los accesos digitales a series, videojuegos, libros y grabaciones musicales fueron ilegales el año pasado, según las asociaciones de contenidos. Aunque esa cifra se rebaja un poco en usuarios únicos, revela que la inmensa mayoría de los españoles recurre a practicas ilícitas para navegar por internet.

Seis de cada diez personas con la que se cruza en la calle llevan encima un arma masiva de evasión de impuestos, pues el móvil ya supera al ordenador en conexión digital. El cálculo de fraude fiscal se aproxima a los 500 millones de euros. Como en toda economía sumergida, además de la huida de ingresos, también se pierden puestos de trabajos garantizados y mejoras sustanciales en las parcelas del bienestar. Todos perdemos cuando se piratean películas, partidos de fútbol y libros.

De nada han servido las campañas de concienciación, porque la mayoría de las páginas piratas siguen activas y bien financiadas por sitios de apuestas y contactos.

La circulación por carretera sería imposible si más de la mitad de los conductores se saltarán las normas de tráfico. El conocimiento exhaustivo de las reglas y las sanciones por su incumpliendo han hecho fiable la seguridad vial. Por eso las medidas administrativas son necesarias para actuar de forma inmediata contra las webs ilegales o contra quienes hacen negocio con el contenido de otros.

La mejor libertad es la que se ejerce con el consenso mayoritario, por eso ha llegado el momento de aplicar las reformas realizadas en el ordenamiento jurídico. El castigo a la piratería digital es fundamental, y cuanto antes mejor, porque la innovación tecnológica es constante. La revolución de las pequeñas cosas necesita orden.

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