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Maite Mercado

Propósito de enmienda

Confieso que nunca he sido muy fan de los mundialmente conocidos como talents shows. Ni siquiera fui capaz de ser una fiel seguidora del primer gran éxito del formato que recuerdo en nuestras pantallas, aquel entrañable Operación Triunfo con Chenoa, Bustamante y Bisbal pero que ganaba Rosa. Hace 15 años, ahí es nada, cuando el programa era «solo» un concurso musical o un reality para formar cantantes.

Ahora triunfa los sábados Got Talent, acaban de estrenar Top Dance y ha vuelto Master Chef. Si como digo estos espacios no son mis favoritos „sobre gustos televisivos, como en el amor, no hay nada escrito„, la variante culinaria es quizás la que menos me interesa. Por aciagas circunstancias de la vida sobre las que no me extenderé porque no es el momento ni el lugar, la cocina y yo no nos entendemos. He intentado superar la «fogones fobia», incluso me apunté a un curso, pero no estoy curada. Todo esto viene a cuento porque en el momento de ponerme a escribir esta columna, un amigo me aborda eufórico: «¿Vas a opinar sobre Master Chef, verdad? Es el mejor programa de la televisión». Oh, pillada. ¡Si la emocionantísima recta final de El Príncipe es a la misma hora! Entonces, otra amiga se mete en la conversación:

Él: Dice que no lo vio. Es increíble, es buenísimo.

Ella: Pero mejorable. Demasiado drama y además echaron a los mejores.

Él: Una lástima el filipino supergracioso que le tiraba los tejos a Jordi.

Ella: ¿Y la peruana? Hubiera sido genial conocer los secretos del ceviche.

Él: Menuda pifia machista con la venezolana. Aunque fuera en broma, eso sobró.

Y así siguieron. Ante tanta pasión sincera, lamento no haberlo visto. Voy a replantearme mi objeción. Prometo ponerme al día y verlo la próxima semana.

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