De una forma o de otra volvemos al calderoniano «El gran teatro del mundo». La resignación de otros tiempos se ha convertido en la necesidad de pensar un mundo ordenado de alguna manera. Los atentados terroristas ocurridos a partir del 11S, en el que se incluye la última barbarie yihadista en Bruselas, ha roto por completo una idea que parecía estable. Estas matanzas indiscriminadas tienen un alcance histórico, más allá de la brutalidad y las pérdidas humanas, porque evidencia una nueva vulnerabilidad.

En última instancia, si los que mueren de hambre o los que perecen salvajemente en las guerras declaradas, han sido asumidos con una perversa normalidad es porque eran, o son, muertos previsibles, muertos preestablecidos, cosa que no ocurrió en el ataque de Nueva York, o en Madrid, o en el Bataclan de París. Estas víctimas adquieren otra dimensión. No estaban previstas.

Los civiles que han muerto en los bombardeos de Afganistán, o en Siria o en Palestina no sorprenden. Los refugiados en Jordania no llaman la atención. En cambio las víctimas de Bruselas, rompen el escenario de la normalidad y eso crea pánico y desconcierto. Estamos ante un tipo totalmente nuevo de enemigo para el que el que la muerte no es muerte, ni la vida es vida, sino una fantasía. Un nuevo terrorismo enmarcado en la globalización y la tecnología.

El mundo es otro desde el 11S, y no cabe responder alterando las estructuras y modelos organizativos sin más objeto que el de mantener los valores del pasado. Más allá de la exigencia de seguridad, o de vencer al Estado Islámico (no sólo militarmente, sino también destruyendo sus fuentes de financiación), es preciso hacer cambios profundos en la política global. Hace falta, sí, una respuesta común de todos los Estados de la UE ante este desafío, en el que se incluya la inmigración. Pero también Occidente debería tomarse en serio los objetivos del desarrollo del milenio y el diálogo de las civilizaciones, además de alumbrar una política global que se preocupe por los derechos humanos más que por los intereses estratégicos y económicos.

Porque, ¿cuál es el papel de Occidente, el papel de los personajes de «El gran teatro del mundo»? Lejos de aceptar como definitivo el drama que les es propuesto, se permitan proponer otras historias y revelarse contra el curso de la representación.