No era ningún secreto que los escaños del PSOE y Ciudadanos sumaban 130 y que, salvo un voto canario, todos los demás diputados, del PP, de Podemos y los demás partidos políticos en el Congreso, hasta un total de 220, iban a votar en contra de la investidura de Pedro Sánchez. El resultado final de la votación era previsible, así como los debates que tuvieron lugar previamente a las dos votaciones de investidura del 2 y del 4 de marzo. Era previsible, de acuerdo con las manifestaciones de unos y otros, que el PP y Podemos se aliaran implícitamente contra el PSOE y Ciudadanos. Una pinza política entre ambos partidos políticos instalados en el conservadurismo (PP) y en el populismo (Podemos), esto es, en concepciones políticas muy distantes, incluso contrapuestas. Las intervenciones parlamentarias de Rajoy e Iglesias no trataron del programa de coalición de PSOE-Ciudadanos, ni de sus respectivos programas de gobierno; fueron rechazos viscerales, alejados de cualquier razonamiento que no fuera el de que ni uno ni otro formaban parte del pacto.

El programa conjunto del PSOE y Ciudadanos es ciertamente mejorable, aunque no se puede esperar mucho más del resultado de unas negociaciones tardías y apresuradas. Pero no es menos cierto que se aleja de posiciones extremistas, como corresponde a un programa pactado por partidos políticos situados en el centro derecha y en el centro izquierda. Y resultaría que dicha mixtura, que es el mayor mérito de dicho programa, que pretende serlo para la mayoría de los españoles, sería un demérito para conservadores y populistas; éstos no han entendido el mandato de las elecciones del 20 de diciembre.

Cuando conservadores y populistas hablan de pactar, trasladan una idea muy curiosa de lo que esto supone, hasta el punto de que podría decirse que esa lección, que debe figurar en todo manual político, la suspendieron, o que ni siquiera la conocen. Resulta evidente que un programa pactado entre partidos diferentes no puede coincidir en todo con el programa de cada uno de los partidos. El programa pactado puede coincidir parcialmente con los programas de los partidos que pactan, o el pacto puede concluir con un programa que en casi nada coincida con los programas de los pactantes. Gobernar para todos exige renuncias, transacciones de todos. Gobernar es el arte de lo posible. Y conservadores y populistas no quieren gobernar para todos, quieren gobernar para ellos mismos, para sus partidarios, perpetrando para los demás la marginación. Una visión antigua de la política, una visión totalitaria de derechas o de izquierdas; una concepción de la sociedad de amigos y enemigos en que hay que liquidar a los enemigos.

El PSOE y Ciudadanos sabían antes de iniciarse el debate de investidura que iban a fracasar en el intento. Pero durante el debate, con una estrategia acordada, pretendieron transformar una derrota prevista en una victoria dialéctica; una jugada maestra. Cosiguieron pactar, lo que en sí mismo es un mérito, y además han acreditado que los otros partidos políticos ni son capaces de pactar ni de entender la metodología del pacto. Y lo que es más grave, que los líderes de los demás partidos no están dispuestos a hacer sacrificios, ni personales ni colectivos. Lo único que les mueve es conservar o acceder al poder. El PP sigue aislado del resto del mundo político esperando sentado la rendición sin condiciones del PSOE, y Podemos nos ha ofrecido la penúltima de sus representaciones cómicas al romper con el PSOE y Ciudadanos. El único pacto de gobierno posible, de acuerdo con los resultados electorales, formado por PP-Ciudadanos-PSOE, por la torpeza de unos y otros, se ha convertido en imposible.

Necesitamos en las instituciones a hombres y mujeres con sentido de Estado, conscientes de las grandes responsabilidades que entraña que los ciudadanos les entreguen el poder. Necesitamos políticos que solucionen los muchos problemas que tenemos y no que creen problemas que no existen, o que confundan sus intereses particulares con los intereses generales. Lamentablemente los grandes partidos políticos, el PP y el PSOE, no han estado a la altura de las circunstancias. El PP sigue ausente desde su derrota electoral, incapaz de negociar con ningún partido político desde el 20 de diciembre hasta la fecha. Y el PSOE se ha equivocado con su temprano y reiterado veto al PP desde el 20 de diciembre. Pues la opción de un gobierno de izquierda/populista ni sumaba ni suma, en caso alguno, los escaños suficientes para gobernar (además de otras muchas objeciones que pueden ponerse a un gobierno de esa naturaleza, que, por cierto, poco tiene que ver con el actual Gobierno valenciano). El caso es que ninguno de los dos grandes partidos goza de buena salud democrática, y ninguno de los dos puede presentar un expediente libre de corrupción: a ambos se les podría aplicar el dicho bíblico de que ven la paja en ojo ajeno y no son capaces de ver la viga en el propio.

El PSOE y Ciudadanos concibieron una gran jugada al situar al PP y a Podemos en el dilema (que aún pesa sobre ellos) de que si no se abstenían podían propiciar un giro a la izquierda o a la derecha, que podía ser contrario a los intereses de uno u otro partido. Pero la gran jugada se ha convertido en juegos de salón que no nos merecemos. Después de los más de tres meses trascurridos desde el 20 de diciembre de 2015, lejos de seguir todo igual la situación ha empeorado, la desconfianza entre los líderes se ha incrementado y los ciudadanos no salimos de nuestro asombro al comprobar que los que nos pretenden gobernar carecen de las destrezas necesarias para cerrar esta etapa de incertidumbre política.

El PP sigue empeñado en afirmar lo inverosímil, sigue sosteniendo que ha ganado las elecciones en un sistema parlamentario, cuando en este tipo de sistema político solo pueden decir que han ganado las elecciones los que consiguen la mayoría absoluta en las cámaras, o una mayoría suficiente para gobernar con el apoyo, en diferentes versiones, de otros partidos políticos. Ese error de comprensión del sistema parlamentario que puede atribuirse al PP, y en particular a Rajoy, es una de las causas de su equivocada estrategia practicada desde el 20D. Tampoco parece que la mejor táctica para atraer la simpatía del PSOE haya sido la de la permanente descalificación de su líder. Y a su vez, el intento de Sánchez de presidir un Gobierno inviable con la participación de seis partidos políticos y la abstención de uno o varios partidos independentistas no parece ser el modelo de Gobierno que podía esperarse de un nuevo político para un tiempo nuevo.

Si el 2 de mayo no tenemos un nuevo gobierno estable, capaz de afrontar los muchos retos que nos aguardan, se habrá perpetrado, a conciencia, el mayor de los fracasos de nuestra democracia. Y es que a estas alturas debe prescindirse de los juegos de salón, que han ocupado a nuestros líderes políticos en los últimos tres meses, y practicar la política con mayúsculas.