Nuestro país parece una jaula de grillos. Un nuevo día en medio de discusiones bizantinas entre políticos con un cri-cri en el que no alcanzan consenso alguno mientras los poderes fácticos tantean posibles elefantes blancos de su agrado para un gobierno de concentración. Mucho ruido y poca sensatez, mucho interés y poca altura de miras, mucho grillar y poco escuchar.

En este contexto de incertidumbre conviene volver la vista atrás sobre la figura de un hombre de estado ejemplar, un rey único calificado de príncipe de la Cristiandad, el controvertido Fernando el Católico, del que conmemoramos su quinientos aniversario luctuoso (1516-2016).

Personaje enigmático, de mil caras y tropecientos mitos, proyecta una larga sombra, tanto por hechos como por ficciones, que son lección para el gobernante contemporáneo. Fernando atisbó un proyecto de España sin renunciar a sus peculiaridades, impuso su autoridad basándose en instituciones plurales y sentó las bases de la modernidad. Sin embargo, es injustamente tratado. Para muchos es la segunda parte de la leyenda del monta tanto, el revés de la moneda cuyo anverso es la triunfante Isabel, el responsable del inicio de la decadencia de Cataluña, el rey absentista de Aragón, el hombre esclavo de sus pasiones carnales, el personaje astuto sin descanso, osado en el combate, temido por reyes y gobernante genial que inspiró a Maquiavelo.

La visión de la historiografía castellana parece miope porque nunca comprendió que Fernando de Aragón creyó más en el proyecto de España que la misma Isabel la Católica. De hecho, Fernando, en el primer testamento (1475), con tan solo 23 años y en previsión de una supuesta muerte suya, declara a su esposa Isabel de Castilla única heredera de todos los reinos para preservar la unidad y a sabiendas de reconocer la dificultad que entrañaban las costumbres en Aragón para que las mujeres reinaran. Es verdad que el matrimonio entre Isabel y Fernando fue en su comienzo el resultado de la convergencia de dos familias reinantes en una sola dinastía Trastámara, pero no lo es menos que el hombre Fernando se enamoró de aquella joven rubia de ojos almendrados, la cortejó en castellano e hizo de sus ideales un proyecto común.

Sin embargo, algunos autores ingratos han querido borrar los palotes que le corresponden como rey de Castilla. Fernando fue ante todo por tradición y familia Fernando II de Aragón (1469-1576) pero también por herencia y combate rey de Sicilia (1468-1516) y III de Nápoles (1504-1516) y, sobre todo, por su matrimonio con Isabel fue rey de Castilla con el nombre de Fernando V (1474-1504). Durante más de tres décadas, Fernando el Católico estuvo casado con Isabel, vivió más en Castilla que en Aragón y se involucró completamente en sus empresas. Seguramente para una historia hecha desde el centro hacia la periferia no se comprende la visión pactista de Fernando, que llegó a inspirar «El Príncipe», de Maquiavelo, quien diría de él que merece ser considerado «el primer rey de la Cristiandad».

Con la apertura del expediente de beatificación y canonización de Isabel I de Castilla en 1957 se torna la imagen de su esposo, de consejero prudente y modelo de autoridad real, a un zorro astuto con interesado afán de poder. Los méritos políticos y las virtudes heroicas se atribuyen en lote a una engrandecida Isabel, camino de los altares, mientras su marido, el rey Fernando, pasa a ser el segundón, reverso de moneda, víctima de vicios mundanos.

La historiografía catalanista tampoco ha sido proclive a Fernando. Le acusan vilmente de la decadencia cultural y económica catalana cuando fue el monarca el que salvó este territorio de ser un apéndice de Francia. Fernando amó la historia de la Corona de Aragón, rememoró su nacimiento de aquella unión de 1137, y emuló a los mejores soberanos (Jaume II, Pere el Cerimoniós, Alfons el Magnànim) en sus campañas por el Mediterráneo.

Dentro de la común ignorancia, algunos ocultan las históricas divisas reales del yugo y las flechas de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, creyendo que es una invención contemporánea de la Falange de José Antonio Primo de Rivera, cuando es una creación bajomedieval elaborada por Nebrija.

Como valenciano, siento un especial agradecimiento por el rey Fernando de Aragón, que convirtió Valencia en capital de la corona de Aragón, puerto natural de España con el Mediterráneo y las posesiones italianas. Sus esposas „Isabel de Castilla primero y Germana después„ vinieron con él a Valencia. De hecho, Germana fijó de forma pionera su residencia definitiva aquí cuando todavía las cortes en España eran itinerantes.

La boda entre Germana de Foix, de 17 años y el rey implacable Fernando de 53, fue un compromiso político. Al igual que con la princesa Isabel, lo que empezó como un matrimonio de conveniencia acabó siendo una unión de amor. Fernando, señor de tantos reinos pero esclavo de tantos amores, se entregó a Germana, a la que superaba en 35 años, dotándola de rentas y haciéndola virreina sin, por ello, dejar de ser fiel al legado de su primera esposa.

A mí poco me importa que se dijera que la reina le preparaba brebajes de cantárida (escarabajo afrodisíaco) para estimular sexualmente al viejo aragonés en busca de un legítimo heredero. Germana, consorte de 1506 a 1516, y virreina de 1517 a 1536, fue fiel al legado Trastámara, siendo la última reina que merece ser reconocida como valenciana de adopción. No en vano, residió primero en el Palau de los Centelles de la Calle Cavallers y después en el Palacio Real de Valencia. Este palacio, localizado extramuros, sobre las actuales Muntanyetes de Elío en los Viveros Municipales de Valencia, fue el principal foco renacentista de la Península Ibérica a lo largo de las primeras décadas del siglo XVI, donde se instaló una corte literaria y musical en la que Germana fue su alma.

El 15 de octubre de 1516 falleció Germana, virreina, marquesa de Brandemburgo y duquesa de Calabria, en la masía de l´Espinar de Llíria. Será después de muerta cuando consiga ver cumplir su voluntad de ser enterrada en un monasterio de Jerónimos en Valencia, para lo cual el papa tuvo que suprimir el existente de Sant Bernat de Rascanya y pasar a convertirlo en la denominación de San Miguel de los Reyes, hoy sede de la Biblioteca Valenciana.

Por su parte, Fernando el Católico murió pobre en un caserío de Madrigalejo (Cáceres) el 22 de enero de 1516, y decidió estar junto a su primera esposa Isabel la Católica en la capilla de los Reyes de Granada. Y he aquí la gran lección fernandina con sus dos esposas, Isabel y Germana: la unión dinástica y la convergencia en un proyecto común es compatible con la particularidad territorial y formas de gobierno tradicionales.

Así, una España embrionaria es posible con voluntad política aun sin prácticamente instituciones compartidas. Fernando puso los cimientos de la modernidad preservando la unidad sin modificar los particularismos y sus instituciones proyectando una sombra que va creciendo entre los vaivenes políticos presentes que no aciertan a comprender lo que sucedió hace quinientos años.