Algunos todavía tenemos en la memoria aquellas ocasiones en que, tras haber cometido un error en el colegio, se nos imponía como castigo copiar interminablemente una frase o concepto mal aprendido. Era una forma de enseñarnos que estábamos equivocados. Ahora, pasados muchos años, vuelvo a tener esa extraña sensación cuando nuestros políticos nos están diciendo que en las pasadas elecciones del 20D, nos equivocamos y debemos volver a votar. Sin embargo, en esta ocasión no puedo por más que revelarme, igual que muchos otros españoles, negándome a admitir que desde los estamentos de poder incluso quieran influir en un derecho tan personal e importante como es el voto.

Si algo hemos aprendido de estas elecciones, es lo efímero del discurso político. Aquellos que defendían acabar con la casta y el bipartidismo, están cayendo en su propia trampa, fijando de antemano unas premisas y líneas rojas totalmente inasumibles por su adversario. Por el contrario, los que deberían demostrar más experiencia y cintura para encauzar todo lo que está sucediendo, desde el inicio se asentaron en una posición inmovilista, difícil de conjugar con el actual reparto parlamentario. Cualquiera de las quinielas posibles pasa por un gobierno tripartito, independiente de la adscripción política de quienes lo constituyan, pero como se suele decir, tres son multitud. Parecen demasiados personalismos y actitudes contrapuestos como para sentarse y mirar exclusivamente por los intereses de los ciudadanos, algo que, aunque en teoría parece sencillo, se está demostrando arduo difícil.

Visto lo visto, ¿qué ocurrirá si la escasa o nula predisposición por alcanzar puntos de encuentro nos lleva a unas nuevas elecciones? Es más, ¿qué ocurrirá si al final se repiten unos resultados similares, como auguran muchas encuestas? De ocurrir esto, seguramente también dirán que nos hemos vuelto a equivocar, manteniéndose indefinidamente un gobierno en funciones, con unos ministros en funciones y asfixiados por papeles que llegan de Panamá, y todo ello prolongándose hasta que seamos capaces de votar como nuestros políticos quieran. Llegará un momento en el que comprendan que los ciudadanos sabíamos perfectamente lo que hacíamos al depositar nuestra papeleta, y el problema lo está generando una clase política inoperante y que no ha entendido el mensaje que les lanzamos. Hay que exigir responsabilidad y capacidad de diálogo para conformar un Gobierno que respete el mandato de las urnas y sea capaz de sacar adelante los grandes retos que tiene este país en economía, empleo, bienestar social o educación.