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Dos señores serios con bigote

Ayer el ministro de Industria, José Manuel Soria, inauguró la peculiar figura de la «dimisión en funciones»: dimitir de un puesto en el que se está en situación de interinidad, a la espera de que se constituya el nuevo gobierno. Aunque bien es sabido que eso, la constitución de un Gobierno, comienza a parecer una entelequia, abocados como estamos a unas nuevas elecciones, y luego ya se verá. La situación de Soria se había vuelto insostenible. No sólo por las revelaciones del escándalo Panamaleaks, sino porque estas vinieron entrelazadas con sucesivos desmentidos y declaraciones del ministro que, a continuación, los hechos volvían a refutar. Soria acabó la semana con su credibilidad completamente pulverizada, y el gobierno deseando quitárselo de encima, que no están las cosas ahora para evidenciar falta de sensibilidad ante las sospechas de corrupción.

No era la primera vez que la sombra de la corrupción se cernía sobre el exministro. De hecho, Soria había labrado su carrera en Canarias a base de superar sucesivos litigios, de los que salió absuelto. Ya como ministro, uno de los momentos estelares de Soria se produjo al comienzo de la anterior legislatura, cuando el gobierno argentino de Cristina Fernández de Kirchner nacionalizó YPF, la empresa argentina de petróleos que había comprado Repsol una década atrás. Soria, serio y circunspecto, apareció ante la opinión pública para anunciar duras medidas en respuesta a la nacionalización (medidas que, a día de hoy, no parecen haberse sustanciado). El ministro también es un entusiasta defensor de las prospecciones petrolíferas en la costa de Canarias, a mayor gloria de la petrolera española. Tanto es así que, tras su dimisión, la rumorología ha tardado poco en pronosticar un futuro desempeño de Soria en Repsol. Habrá que ver, en ese caso, cómo se salta el exministro la evidente incompatibilidad entre lo que hacía como ministro y lo que haría en Repsol€ Aunque de facto acabe haciendo lo mismo en ambos lugares. Cuando comenzó a aparecer en los medios nacionales, de Soria llamaba muchísimo la atención su sorprendente parecido (bigote incluido) con el expresidente del Gobierno José María Aznar. Curiosamente, la semana en la que han aparecido estas informaciones sobre Soria también ha sido en la que se desvelaba que Hacienda le impuso una multa a Aznar de 70.000 €, y además le obligó a realizar una declaración complementaria de otros 200.000 €. En esto también se parecen Soria y Aznar, aunque tiene si cabe más mérito que sea, precisamente, un inspector de Hacienda el que se dedique a defraudar. Indudablemente, Aznar no debía creer mucho en su labor fiscalizadora; y -por fortuna- tampoco debía de ser el mejor en lo suyo, si a pesar de conocer el entorno no ha sido capaz de impedir la multa.

Esta noticia no ha tenido la misma repercusión que la de Soria, probablemente porque el expresidente ya no está en primera fila del escrutinio público. Sin embargo, se trata de una noticia particularmente reveladora de la doblez moral de un personaje que lleva años especializándose en dar lecciones y acusar de todo tipo de defectos y errores a todo el mundo€ mientras se dedicaba a acaparar dinero por todas las vías posibles. Y no sólo él: también su yerno, Alejandro Agag, y su hijo José María Aznar Jr., destacan en esta materia. Una peculiar forma de entender la distinción entre vida pública y privada, consistente en hacer en la privada justo lo contrario de lo que se defiende (y, sobre todo, de lo que se exige a otros) en la pública.

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