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De monjas y Matamoros

Si no lo veo no lo creo. Quiero ser monja es un reality respetuoso. Disculpen mi poca fe ante el estreno de Cuatro, pero los antecedentes tróspidos de la cadena me hicieron desconfiar hasta que la emisión me tiró del caballo. El programa está planteado con seriedad y trata con dignidad a las participantes y a las religiosas católicas que las acogen en su convento. Y me alegro, porque hacía demasiado tiempo que la telerrealidad no me parecía tal y sin Luján Argüelles de por medio sí se puede.

El tema es, por supuesto, interesante: cinco veinteañeras sienten la llamada de la vocación religiosa y van a poder experimentar en primera persona cómo viven las monjas en comunidad. Raras avis hoy en día, en seis semanas veremos su paso por diferentes congregaciones, de clausura a misioneras, y escucharemos el testimonio de vida de las hermanas que dedican su vida a Dios. No estamos acostumbrados a escuchar en televisión a jóvenes hablando de inquietudes espirituales, de fe, castidad o amor verdadero. Resulta incluso transgresor escuchar sus rezos en prime time y no en la misa matinal de La 2. Cuando Jaqui canta en la capilla el Allellujah de Leonard Cohen o Juleisy se despide de su novio a las puertas del convento las lágrimas transmiten más verdad que todas las temporadas juntas de Mujeres y Hombres y Viceversa.

El casting de Quiero ser monja habrá sido complicado y, por una vez, nada masivo. Participar es meritorio y dar testimonio a contracorriente. La convivencia en el convento está llena de renuncias y la primera es el móvil, todo un drama contemporáneo. La desconexión con lo mundano continúa por la ropa e impone dormir pronto y levantarse a las seis de la mañana. Por mucho que la música pop acompañe al montaje, a nadie engaña Cyndi Lauper cantando Girls just wanna to have fun. Pero la tele necesita sus licencias, metáforas y antítesis. Aunque no llegue a profundizar en los dilemas espirituales de las aspirantes a novicias y fuerce situaciones, hemos visto hasta ahora un programa muy digno. Y es decir mucho. La tele demasiadas veces cae en el mismo defecto que Walter, el amigo de El Nota en El gran Lebowski que todo lo acababa convirtiendo en una parodia.

TROPA VIP. Con la campeona de Gran hermano VIP todo queda en familia. Laura Matamoros, hija de Kiko, ha ganado el premio y el derecho a formar parte de la plantilla de famosos de Telecinco con todos los honores. Carlos Lozano se conformará con ser segundo y volver a su pantalla amiga como presentador. Todos contentos. En la final ni siquiera disimularon invirtiendo en espectáculo. Les basta con montar un Sálvame cualquiera.

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