Todos entendemos la distancia entre el ser y el deber ser, quiero decir, por decirlo en biológico y no en metafísico, la distancia entre una rata de cloaca y un águila imperial; la distancia entre el aire viciado de las alcantarillas y la pureza helada de las alturas. Sabemos, también, que nunca seremos lo que deberíamos y que ese ideal sólo funciona como idea regulativa, quiero decir, por decirlo en botánico, como una zanahoria ante el hocico. A sabiendas de todo eso que sabemos, no deja de sorprendernos la existencia ratonil de un espécimen humano que pontifica, desde las tertulias, las fundaciones, los mítines y los sillones ministeriales, sobre el bien y el deber ser, sobre las obligaciones de la ciudadanía auténtica y las virtudes de la transparencia democrática. Quiero decir, por decirlo en onomástico, de un Mario Conde en su tertulia, un Aznar en su fundación o un ministro Soria mintiendo con la seriedad profesional de los actores que interpretan la verdad. Se auparon a la categoría de prohombres mientras robaban el dinero de todos, que no otra cosa es eludir o evadir los impuestos. Especialmente insultante es esa soberbia moral y política sin gracia desde la que pontificaba el expresidente. La Famaztella del inspector de hacienda era una Godzilla fiscal. En fin: se mostraron públicamente como ejemplares y resulta que han llegado a serlo. Sus plegarias han sido atendidas. (Nota 1: no se puede negar que la noticia de lo que está ocurriendo es un magnífico caldo de cultivo para la campaña de la renta. Nota 2: si creen que pontifico, denme una hostia a vuelta de correo).

No es porque lo digo yo (aunque yo lo diga y aunque nada importe lo que yo diga), pero la repetición de las elecciones es, en abstracto y teóricamente, indefendible: que los partidos no sepan gestionar los resultados no pasa porque nosotros debamos reiterar o modificar nuestras decisiones ya tomadas. Antes deberían cambiar los interlocutores impotentes o incluso, en la asfixia final, preferiría casi el susto mortal de que el PP gobernara con la abstención activa e implacable de los demás. Ya en lo concreto y en la práctica, que sea lo que Dios quiera (si es que existe y quiere alguna cosa: que no).

Esta semana hemos visto a Rita Barberá como testiga de Nóos, suplicándole al tribunal y a la Fiscalía que la creyeran. ¡Qué diferencia con Chus Lampreave cuando, desde su condición de testiga de Jehová, le advertía al señorito que su religión le prohibía mentir, es decir, le obligaba a decir la verdad! La testiga de Nóos apela a nuestra credulidad; la testiga de Jehová nos advierte: puedo callar, pero no mentir.

La «Valencia Negra» de este año viene cargada: hoy Kostas Jaritos y, en unos días, Camille Verhoeven. Ya sólo falta que algunos empresarios digan la verdad y sólo la verdad.