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«Master drama»

Me he comido „nunca mejor dicho„ todas y cada una de las ediciones de «MasterChef». La que acaba de empezar no es una excepción y cada miércoles ahí estoy de cara a la pantalla. Empiezo hasta por el «casting» de caras anónimas, aunque lo vayan a seguir siendo por poco tiempo. Es curioso que cuando uno es anónimo siente empatía sus semejantes. Es decir, hablamos de «la gente anónima» y «famosos» como antónimos. «Hay que ver cómo es la gente famosa», escuchamos, seguido de un buen critiqueo. Pero cuando esos anónimos se convierten en rostros reconocibles sacamos todo el veneno sin olvidar que «ellos» eran como nosotros.

Buena cuenta de ello dan las redes sociales y quienes las pueblan en su infinito haber, mordaces como ellos solos, algunos ingeniosos y divertidos; otros, no tanto. Para gustos, los colores. Si no lo han hecho aún, sigan un programa de «MasterChef» no solo por la televisión, sino también por Twitter y sabrán de qué les hablo. Hay opiniones para todos. Sin duda, la más generalizada en esta edición es el tinte dramático que han querido imprimir al concurso. En dos emisiones, se ha llorado más que David Bustamante en la academia de «Operación triunfo». «Master drama», decía alguno y con razón. Menudos tragos familiares y personales. Que si «esto lo hago por mi abuela que me estará viendo desde el cielo», «por mi padre que falleció hace poco»... que parecía que no hubiera ningún aspirante con todos los familiares vivos. Hasta en la emisión de la pasada semana, los ya candidatos a MasterChef 2016 lloraron a moco tendido ante la escolanía del monasterio de Montserrat. Y eso que los chiquillos cantaban como los ángeles. La primera en «abandonar las cocinas», fue la valenciana Aniuska después de que le «explotara» la «bomba de sangre» „bizcocho con frambuesa„ que preparó. Ay, que se me vino a la cabeza el «león come gamba» del paisano Alberto. Drama tras drama.

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