Hannah Arendt afirmó que Adolf Eichmann, enfrentado a las dudas morales que le producía el exterminio masivo de judíos que él tan diligentemente gestionaba, acabó superándolo anestesiando «la necesidad de sentir, en general». Él era un humilde servidor del Estado y se limitaba a cumplir la ley, aunque esa ley ofendiera los principios más intuitivamente básicos de la dignidad humana. La insensibilización moral, pues, no es asunto nuevo. Matar el nervio ético es a veces una operación más larga pero tan sencilla como hacer lo propio con el de la muela que nos molesta. Eso parece estar ocurriendo ahora mismo en Europa con el problema de los refugiados. Es cierto que hay que tener en cuenta otros considerandos además de los estricta y urgentemente humanitarios, pero nuestros políticos europeos parecen más decididos a insensibilizar la molestia que el problema produce en sus conciencias que a atajarlo terapéuticamente cumpliendo con una Declaración Universal de los Derechos Humanos pomposamente aprobada en 1948. Al fin y al cabo, el caso de los refugiados no es sino otro botón de muestra del acendrado arraigo en el imaginario occidental de uno de los principios nucleares del neoliberalismo: aquel que concede prioridad absoluta al aspecto económico de la cuestión a la hora de solucionar cualquier dificultad.

Pero hay otro problema que puede agravar la enfermedad infectando todo el cuerpo social. En convivencia y a veces en connivencia con ese ordoliberalismo a ultranza que nos gobierna, ciertas fuerzas políticas ofrecen además la coartada ideológica que permitiría adormecer definitivamente cualquier atisbo de sensibilidad moral. En realidad, no se trata de una nueva ideología, sino de una excrecencia de la que compartió Eichmann. Esa nueva extrema derecha que hasta hace poco había sido residual, ahora fluye por las calles, discute en los parlamentos, alza la voz en las televisiones y se propaga por las redes sociales. Gracias a la tormenta política perfecta desatada por la confluencia de la crisis económica, el terrorismo salafista y el problema de los refugiados, partidos como Alternativa por Alemania han irrumpido con notable éxito en las pasadas elecciones regionales y hasta es posible que acabe entrando en el Bundestag como tercera fuerza política. Todo eso en la mismísima Alemania que reconoce la dignidad humana en el primer artículo de su Constitución.

España, mientras tanto, ha acogido la friolera de 18 refugiados. En nuestra comunidad la vicepresidenta Mónica Oltra lidera la lucha por la dignidad de los refugiados, diseñando planes de acogida, viajando a Grecia para concretar un modelo de asistencia y participando en debates „como el del programa de Levante TV Raonem„ en los que alerta de que «la extrema derecha y neonazi está dirigiendo la política europea». Todo un despliegue de medidas coartado por un Gobierno central en funciones. Pero se trata de actuaciones políticas imprescindibles para combatir la diseminación en nuestro territorio, no ya de una interpretación exclusivamente economicista de los asuntos públicos, sino de aquellas formaciones que amparan ideológicamente medidas que, sencillamente, atentan contra la dignidad de seres humanos.