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El libro de la hiedra

En España, la cultura y el libro vive rodeados de malentendidos, de ahí que pudieran pasar más de treinta años sin reeditarse «La Regenta» o no haya edición en castellano (o catalán), que yo sepa, de los poemas de Boris Pasternak, de los que decía Nabokov que eran mucho mejores que su famosa novela «Doctor Zhivago». Pese a la larga tradición de curas ilustrados (que no tardaron en deslustrarse hasta desembocar en Balmes) y de militares poetas (que demasiado pronto se quedaron en chusqueros de escalafón), persiste la turbia hostilidad de nuestra derecha ágrafa a cuanto suene a cultura, cuando es una cosa que no tiene ninguna adscripción porque las contiene y cuestiona todas.

El tripartito ha servido, entre otras cosas, para que Carmen Amoraga abra el gótico del Centre del Carme a la exposición de El Flaco donde autores, libreros y demás familia de la Fira formamos un estrato de medio siglo de espesor. Pura paleontología, pero allí se nos ve hermosos, Alfons Cervera y Muñoz Puelles, los más. Pero en este consorcio de izquierda y cultura, hay otro malentendido: la idea de que la cultura florece con la programación y la administración (sacramental). Y el mantenimiento de la creencia por el cálculo, un poco cínico, de que habrá beneficios mutuos. Al político de cualquier clase le gusta el autor condecorable y faisandé, a ser posible ciego o con una ronquera de momia del Imperio Antiguo. Si lleva cinco siglos enterrado, mejor: que busquen sus huesos.

La cultura florece sola. Como los cascajos y las ortigas y las hiedras de Dionisio. Por eso retorna Juan Marsé con nueva novela concertada por el crimen y el cine. Por eso, nos vamos enterando que no sólo la novela moderna, el «Tirant», principió por ser valenciana, sino que también podría serlo «La Celestina». Y hasta que hay dos cráneos en la tumba de Jaume I en Poblet (otro movimiento de la cultura y el espíritu: el císter), de lo que se infiere que además de valiente y listo, gallardo y (el doble de) calavera, era bicéfalo, ya decía yo que pensaba el doble que otros.

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