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Recio

El síndrome de Marco Cornelio

Todos estos meses sin gobierno avalan las tesis anarquistas que preconizaban la desaparición de los gobernantes para que los gobernados pudiéramos vivir tranquilos. La comedia en esta ocasión se ha alargado intencionadamente y somos muchos los que suponemos un final inesperado y feliz, por lo menos para sus protagonistas; el resto, la sociedad, seremos meramente víctimas.

Entre las opciones barajadas ha cobrado cierto protagonismo el llamado pacto a la valenciana, que merecerá todo un estudio riguroso de la ciencia política, sobre todo en los últimos meses de su legislatura, pues resultará curioso comprobar como los distintos actores del consenso deberán combatir entre ellos mismos para clarificar sus propios espacios electorales, o en caso contrario presentarse todos juntos en una misma coalición electoral.

En el caso de un supuesto Pacto del Botánico aplicado a Madrid, que debiera titularse mejor Pacto del Retiro, se ha llegado a elucubrar con una presencia valenciana excepcional, con la propia Mónica Oltra como vicepresidenta mediadora. Ella incluso facilitó el proceso señalizando su o cerrada gráficamente, con gran visión hacia sus posibilidades de futuro.

Sin embargo, desde un análisis concienzudo de la historia, que exista un ministro valenciano al que le dejen ejercer como tal es una posibilidad muy remota. Que concedan una Vicepresidencia, es casi una entelequia; y, por supuesto, que un valenciano sea presidente del Gobierno es algo completamente imposible, que trastocaría todas nuestras tradiciones y costumbres.

Vicepresidentes nacidos en Valencia ha habido, pero eso no significa nada sobre su valencianidad. Abril Martorell lo demuestra, o María Teresa Fernández de la Vega. Esta última llegó a empadronarse en una barraca deshabitada, pero ni aún así demostró el más mínimo interés por la tierra de la que era originaria.

Nunca un valenciano podrá mandar. Esta es la conclusión que he obtenido después del análisis histórico más minucioso y que he bautizado como el síndrome de Marco Cornelio en mi último libro, «Historia sexual del Reino de Valencia». Es un hallazgo científico sorprendente, pero cierto: nunca podemos mandar sobre nada, y menos sobre nosotros mismos.

En la Roma Imperial de Nerva, el candidato más apto para ser proclamado emperador era el edetense Marco Cornelio Nigrino. Nacido en Llíria en el año 40, y ahijado del anterior monarca, estaba destinado a ser el dueño del Imperio. Sin embargo, en un golpe de suerte, fue Trajano quien se hizo con la corona. El andaluz pudo con el valenciano, y esto no ha cambiado en siglos.

Ni en época mora ni cristiana hubo un gobernante valenciano general. Durante las monarquías de los Austrias y los Borbones jamás un rey nombró a un valenciano valido, presidente del Consejo o secretario de Estado. Durante las repúblicas, tampoco, con la sola excepción de Ricardo Samper, durante menos de seis meses; excepción necesaria para que se cumpla la regla.

Desde hace más de dos mil años, los valencianos y valencianas sufrimos un síndrome histórico: ser borregos y nunca pastores. Descanse en paz Marco Cornelio, el valenciano que pudo ser emperador de Roma.

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