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No es lo mismo Ibi que el IBI

Ibi está de actualidad. Joan Fuster: «Ibi, al Nord-oest de la Foia (de Alcoi), i Onil a la banda oposada, es dediquen a la indústria de la joguineria. Ho he consignat ja. Pàgines enrera: si la veïna Xixona fa el seu agost pel Nadal, Ibi i Onil trauen bons beneficis a la saga del somni infantil dels Reis d´Orient. L´especialitat d´Ibi són les joguines mecàniques». («Viatge pel País Valencià», 1971).

El párrafo anterior lo escribió muchos años antes de que la industria del juguete decayera. Pero, Ibi, escrito con mayúsculas, IBI, no guarda el menor parentesco con el «somni infantil dels Reis d´Orient». IBI significa, en el lenguaje administrativo de recaudación de impuestos, Impuesto sobre Bienes Inmuebles. Simplificando: hay que pagar por el inmueble donde uno vive o tiene su modo de ganarse la vida.

Llevado al absurdo, resulta que para el poder municipal „ahora neocomunista y catalanista, con la venia del PSPV„ hay que pagar por administrar un negocio, grande o pequeño, y contribuir así a que el napolitano concejal Grezzi ejecute sus obsesivos propósitos de transformar la ciudad de Valencia en el edén de las bicicletas. Una paradoja. Nápoles es la ciudad de Europa más anárquica en la regulación del tráfico. Un napolitano es la persona menos indicada para «pacificar» (en el memo lenguaje de Compromís) el tráfago automovilístico, tema que ya trató Luigi Comencini, con mordacidad y lucidez, en su película «El gran atasco» (1979).

Hasta que Ribó y Grezzi no consigan paralizar la producción mundial de automóviles y acepten la pérdida de millones de puestos de trabajo, pueden continuar jugando a pintar pasos de peatones, diseñar carriles-bici y cambiar las direcciones de las calles. Es un hobby como otro cualquiera. Ignoramos si alguien se ha interrogado acerca de la capitalista fabricación de bicicletas, industria prácticamente desaparecida hasta que la izquierda llegó en su ayuda.

Pero el tema era el IBI. El ayuntamiento neocomunista „los ciudadanos todavía no se han enterado: lean la biografía de Joan Ribó Canut, en Wikipedia„ ha aumentado este impuesto entre un 37 y un 40 %, aplicable, según los caprichos del tripartito, a las grandes superficies (El Corte Inglés, la bestia negra de todo buen neocomunista, y otras), pero también a los pequeños y medianos comercios. Las víctimas son, provisionalmente, 1.406 establecimientos, muchos de ellos familiares. Bastantes están situados en el Ensanche, distrito siempre sospechoso, por burgués y, naturalmente, facha.

Y si no expropian los comercios es porque, en 2016, es imposible. Pero, obviamente, añoran GUM, la gran superficie de Moscú de la época soviética, adonde iba a comprar la nomenklatura (altos cargos del régimen soviético) y algunos funcionarios de alto rango. El pueblo se ponía en la colas de las tiendas para conseguir embutido o arenques. Sin embargo, Stalin recibía el mejor caviar del Mar Negro y otros productos gourmet, como consigna Winston Churchill en sus «Memorias», cuando narra una cena entre los jefes aliados y el Padre de la Patria Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Por cierto, Churchill, cuando se reunía con su gabinete de guerra, llamaba Joe a Stalin, de nombre Joseph/Jossif.

La pulsión de los neocomunistas tiende siempre a prohibir, sancionar, reprimir, atacar a la iniciativa privada, a los negocios familiares, a todo aquello que genere, en el rancio lenguaje de Georges Politzer, «plusvalías». Después, el dinero que recaudan, amparándose en la legalidad democrática y burguesa, lo distribuyen entre los suyos, «els artistes del poble» o los camaradas, para apuntalar su tinglado. Los conocemos muy bien.

El alcalde Ribó jamás ha sufrido para gestionar una empresa. Ayudó a sus padres „esto le honra„ en su vaquería de Adrall (Ribera de Urgellet, Lleida). Allí se aficionó a la bici por necesidad, como los chinos en la época de Mao Tse Tung. Pero luego siempre ha cobrado del presupuesto público, bien como catedrático o como político. Así que un poco más de humanidad con las empresas. «I força en el canut!».

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