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Matías Vallés

Felipe VI también se la juega

Una guerra no figura en la agenda inmediata, por lo que la única función no mediatizada del rey consiste en proponer a un candidato a la presidencia del Gobierno. En una decena de ocasiones, Juan Carlos de Borbón cumplió el trámite con exactitud irreprochable. Felipe VI ha fracasado a la primera oportunidad. Apostó por el tramposo Pedro Sánchez, que se entregó en manos del novio equivocado a sabiendas. El jefe de Estado puede escudarse en el endiablado tablero electoral, pero los síntomas no apuntan a que los votantes acabarán por apoyar a quien se les ordena. La función del monarca no se limita a constatar la muerte de la legislatura nonata como un forense, estaba obligado además a desencallarla.

En la investidura de un presidente del Gobierno, el rey también juega. Y sobre todo, se la juega. Ningún trabajador en paro o en precario admitirá pacíficamente la estampa de un monarca contemplativo, boquiabierto ante las vanidades irreconciliables de los jefes de las sectas parlamentarias. No es preciso encaramarse a las cimas níveas constitucionales. Nadie compra un lavaplatos para que le ponga excusas, sino para que cumpla con su misión exquisitamente programada. Si cuesta apreciar la diferencia entre que haya un monarca o no, ya tenemos la república. Con el agravante de que durante los años de lucidez de Juan Carlos de Borbón, todos ellos en el siglo pasado, jamás se hubiera permitido que unas elecciones no desembocaran en un Gobierno.

El obligado retrato del rey en los despachos oficiales no es meramente ceremonial. Tampoco su firma en el BOE o su invocación en las sentencias del Supremo. El árbitro está tan obligado como los jugadores a decidir un ganador. Felipe VI amortiguó el golpe de Estado somnoliento de Mariano Rajoy, al dejar escrito para la historia que el presidente en funciones es el primer político que desobedece a su monarca. Sin embargo, La Zarzuela no ha sabido jugar ni siquiera la baza de la sintonía generacional, básica en la designación de Adolfo Suárez que sella la suerte de la democracia española. El comportamiento de los partidos es incalificable. El rey no ha hecho nada.

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