Imagínense que van a la escuela „o al instituto„ y se encuentran con un profesor que no sólo nunca les pone deberes y se ausenta frecuentemente del aula, sino que cuando hacen alguna cosa motu proprio ni siquiera se lo corrige. Aunque probablemente les parecería extraño al principio, acabarían acostumbrándose y el resultado, con toda probabilidad, sería el de un rendimiento mucho más bajo. Sin nadie que lo evaluase, implicaría que cuando tuviesen que enfrentarse a una prueba externa como el selectivo tendrían muchos problemas.

Quizás los gestores de la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente estén encantados por los mismos motivos: nadie les controla en el parlamento autonómico. Cuando la consellera con competencias ambientales era Isabel Bonig, se hablaba más de medio ambiente, nos guste o no; en parte por la insistencia (comprensible) de la entonces oposición en desacreditar como gestora a una política con mucho peso en el gobierno y el Partido Popular. Sin embargo, el control a Elena Cebrián es testimonial: ni Ciudadanos ni el descompuesto Partido Popular están en absoluto interesados en lo que le pase a nuestro territorio. Sorprende, por ejemplo, que quien más oposición haga sea una senadora popular, Salomé Pradas, quien, a pesar de que hace ya casi un año que dejó sus responsabilidades ambientales como directora general del Medio Natural, sigue publicando artículos sobre el tema y criticando actuaciones del Consell. El resto es silencio: bastante tienen unos revisitando (esperemos que infructuosamente) la batalla de València, y otros buscando cargos y militantes que puedan dar la cara sin manchas de corrupción.

Y eso que ocasiones ha habido para cuestionar la acción de gobierno: desde la propia invisibilidad del departamento ambiental (patente a nivel orgánico, presupuestario, institucional y mediático) hasta actuaciones concretas paralizadas con demasiado retraso (y tras denuncias ecologistas), pasando por la falta de hechos en la lucha contra el cambio climático (parece que empieza a moverse algo, pero con lentitud exasperante), el desgobierno de los residuos (una herencia envenenada que hay que descontaminar lo antes posible) o el erial que es aún el mantra electoral del empleo verde. Que no se me entienda mal: el cambio en políticas, actitudes y formas es notorio y patente, pero no es suficiente. La acción de gobierno debe ser controlada, porque es la acción de espolear lo que consigue que el trote se acelere. Con su dejación de funciones, el Partido Popular y Ciudadanos le están haciendo un flaco favor al gobierno y a los valencianos. Esperemos también que Podemos mantenga su papel de Pepito Grillo durante toda la legislatura, acaben entrando o no en el Consell.

Mientras, pero también cuando la oposición se decida a trabajar, habrá que ejercer de una vez por todas de ciudadanía crítica, implicándose en procesos de participación y explicando con motivos nuestras objeciones o sugerencias. Será deber del Consell implementar mecanismos y herramientas para posibilitarlos (como la aplicación del decreto y la orden que obliga al gobierno a elaborar informes anuales y un sistema de indicadores ambientales, que llevan incumpliéndose sistemáticamente desde su entrada en vigor en 2011), y responsabilidad nuestra recordar que la exigencia es el mejor regalo que le podemos hacer al gobierno del cambio.