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Javier Cuervo

Inflación y pollo

Los que crecimos en una España donde la inflación crónica tenía episodios agudos no acabamos de acostumbrarnos a tener la inflación más baja de los grandes países del euro. También crecimos en una España donde el pollo salía en los sueños hambrientos de las viejas viñetas de Carpanta y aparecía en la comida de los domingos desarrollistas y eso fue bueno hasta que los gobiernos socialistas de los años noventa culparon a la barata carne de pollo de la inflación. Comer pollo subía los precios pero como los precios subían había que comer pollo. El pollo era la pescadilla que se mordía la cola de la inflación. Además, hormonaba la economía y a las personas y al que tuviera mucho contacto con la piel de pollo le crecerían las tetas, además de la inflación.

En los años de la abundancia, el pollo y la inflación perdieron protagonismo, no porque no hubiera de ambos sino porque importaban otras cosas. Cuando empezaron a venir las cosas mal, Rodríguez Zapatero recomendó cenar conejo en Nochebuena. Aún se oye el eco de aquellas risas. No recomendó pollo, porque el presidente era un negacionista de la crisis.

Ahora estamos en una crisis larga y ancha y las personas no sueñan con pollo como Carpanta pero se están poniendo de comer pollo hasta las zancas, sin que por ello repunte mínimamente la inflación. La economía es muy complicada, cuesta aprenderla y cuando logras que se te quede algo, lo cambian y tienes que desaprenderlo. El ministro de Economía, Luis De Guindos, dijo en Bruselas que España no puede cumplir con el objetivo de déficit marcado por Europa porque la baja inflación ha erosionado sus posibilidades de crecimiento. No ha dicho que sea porque los españoles coman poco pollo. No entiendo la compleja y cambiante economía, pero creo que se confirma mi sospecha de que el pollo era el chivo expiatorio de la inflación.

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