Con el riesgo de salirme del concepto académico, que espero me pase por alto el profesor José Luis Villacañas, hace tiempo que el populismo recuerda a aquel mítico «fervor popular» de la vocecita grave que se oía en los documentales en blanco y negro con imagenes procesionales. Una pasión que ha sobrepasado los límites de las exaltaciones religiosas para instalarse entre aficionados al fútbol, seguidores musicales y como no, en las redes, esa inmensa barra de bar. De hecho, mañana veremos a muchos devotos enfundados con la camiseta del Valencia CF piropeando a la Mare de Déu. Algo parecido que también pasa en Pamplona ante los astados, aunque parece que los navarros quieren regular las vestimentas de los valientes corredores de San Fermín, para que vuelvan al blanco impoluto. Como a su vez ocurre con esos esforzados militantes enarbolando las banderitas con siglas para satisfacer a su líder en acto presente. La muchedumbre da suelta a los sentimientos primitivos y envalentona a los cobardes.
Como la línea del «fervor popular» al «ardor guerrero» es tan fina, ahí andan los Trump, Maduro, Le Pen o Grillo haciendo de las suyas. El populismo es víctima de las grandes crisis económicas, y aunque Pablo Iglesias ha hecho muchos puntos para erigirse en estatua junto al podio de Gracos, Publio Clodio Pulcro o Julio César, la mayoría de dirigentes de Podemos son socialdemócratas de vieja escuela, aunque aún no lo saben. Por tanto, ellos y los de Sánchez, Rivera y Rajoy necesitan alejarse un poco para recomponer el buen oficio de la cosa pública, porque el republicanismo es el antónimo del populismo.
En caso contrario, se extenderán los whatsapp virales como el que circula desde hace unos días: «no quiero ni un solo sobre con publicidad y papeletas electorales!? Pásalo». Un sistema propagandístico que les funcionó a algunos de los ilustres diputados en funciones. Pero nada está libre del efecto bumerán, y menos la política, una ciencia que no es exacta, y por eso una suma (coalición) nunca da el resultado previsto.
