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Glosa del churro

Forrester Research dice que un minuto de video vale más que 18 millones de palabras y los norteamericanos consumen ya una hora y quince minutos diarios de contenido audiovisual a través de dispositivos digitales. O sea, se hace un consumo individual de un producto colectivo. El poder del video llegó para quedarse y sabedores de su potencia viral alguien pensó en contratar a un par de agencias para garantizar dos cosas: la siempre delicada construcción del relato y su necesaria difusión, en este caso, a través de las redes sociales. Nada nuevo. Nada que no hayan pensado antes muchos otros políticos, cuyos jugos gástricos se revolucionan en cuanto piensan en una pantalla. Había que hacer un video. Pero les salió un churro, con perdón.

Mediocre. A cuenta del video reputacional titulado «Orgull», lo reprochable no es tanto su condición propagandística en plena precampaña electoral -como si fuera la primera vez-. Lo destacable es su intranscendencia técnica. Su pecado capital radica en lo poco que aporta a la reflexión sobre la narrativa audiovisual, un debate cambiante, dinámico, una exigencia para quien irrumpe en el mercado por encargo de la administración pública. Y amigos, aquí hay que elegir a los mejores.

Técnica. Desde el punto de vista técnico, «Orgull» se ciñe al clásico uso del lenguaje cinematográfico a mayor gloria institucional. Estas piezas no se salen del molde conocido, adaptado al formato y las técnicas del cine, focalizadas sobre unos tópicos determinados, para contar una historia relevante dentro del ámbito de atención de la marca. Aquí la marca pretende ser Valencia y la historia contada se resuelve en un planteamiento maniqueo de malos y buenos: los de antes y los de ahora.

Ideólogos. Los ideólogos de «Orgull» se aplican en la estrategia de atacar la economía de la atención de las audiencias a través de los recursos habituales del producto de entretenimiento o de la publicidad. Sin embargo el pecado -en este caso- estriba en que esta película ya la hemos visto. De ahí su intranscendencia, su previsibilidad. Hoy en día los videos impregnan nuestras pantallas porque los medios sociales han democratizado tanto su publicación creativa que cualquier persona, independientemente de su origen o experiencia profesional, puede dirigirse a grandes colectivos para difundir contenidos originales. Algunos de forma muy solvente. Así, hasta el más modesto creador amateur puede convertirse en un factor influyente. Por eso tampoco se entiende -y les pedirán explicaciones- que no hayan tenido la ambición de destacar sobre un campo demasiado trillado.

Polémico. Nuestro Coppola ha logrado captar la atención del público, efectivamente. Pero no ha sido por los valores de la cinta, sino por la brecha entre la expectativa y la solución y por la polémica posterior desatada. Llegamos a la tercera de sus carencias: la pobreza del contenido, del discurso. Claro que ya son miles quienes han visto el video, pero precisamente por razones espurias. El montaje logra cautivar -seguramente- la atención de audiencias entusiastas pero también ofende a grandes bolsas de indiferentes o adversarios que se sienten muy lejos de las certezas de las que pretende convencernos el director. Su éxito o su fracaso, por tanto, no hay que buscarlo en el número de gente que se descargó la obra. Porque cuanta más gente lo vio, seguramente, más decepción ha creado.

Fracaso. Su fracaso radica en la pobreza del mensaje y el error de orientación. Si buscaba ilusionar, la historia arranca con los valores negativos de la Valencia heredada y destartalada. Qué gran despiste el de quien pretende despegar desde los escombros pretéritos. Curiosa forma de fabricar optimismo hacerlo sobre la depresión. El video -ramplón- ha sido criticado por publicistas, productores, realizadores, sindicatos, la oposición y el mismo entorno político de quien encargó su producción -con poco que arrimes el oído-.

Ilusión. Del video no se puede desprender la capacidad de resiliencia del valenciano de a pie -la CV será la locomotora del PIB en 2016-. No nos enseña a los gigantes de la distribución alimentaria, de la automoción. No traslada que el líder mundial en genética es de origen valenciano y se lo rifan en Singapur, o que vendemos cemento a medio mundo, o que aquí está radicada la mejor línea aérea regional de Europa y grandes navieras. Ni que nuestra industria turística es líder o que la CV es la que más banderas azules posee con menos kilómetros de costa que otras autonomías. O que el talento, el emprendimiento y la cultura empresarial de nuestros jóvenes figuran estadísticamente por encima de la media. Aquí hay arquitectos de prestigio, investigadores galardonados mundialmente, médicos premiados en foros internacionales, atletas olímpicos y medallistas paralímpicos. Y gente que es capaz de hacer, por cierto, mejores películas. Y no hay que buscarlos en Barcelona? «quins ous».

La patología de las asociaciones

«Conozco bien la patología de las asociaciones y sé hasta qué punto suelen reinar en las agrupaciones políticas o sociales o científicas la megalomanía pueril, la vanidad, el respeto a las fórmulas vacías, la obediencia ciega y el interés personal en lugar de un trabajo concienzudo consagrado al bien común». Atiendan a Freud, en esta época en la que de nuevo los políticos volverán a intentar manejar nuestras voluntades para obtener el respaldo electoral. La cita es de un discípulo del genio del psicoanálisis, Ferenczi. «Freud en su tiempo y en el nuestro». Elilsabeth Roudinesco. Debate. Página 138.

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