Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Centenario

Su fama de ogro, de triturador de periodistas noveles, me hacía casi temblar las piernas mientras me dirigía al hotel (ya desaparecido) donde se alojaba durante una corta estancia en Valencia. Hablo de Camilo José Cela, que ya por entonces, mucho antes de que en 1989 recibiera el Premio Nobel, era el gran Cela, el autor de La familia de Pascual Duarte, la bomba literaria que había sacudido la novelística española en la triste posguerra; el que, unos años después, hacía estallar otro bombazo concentrado en el oscuro, tremendo universo de La colmena. Por si fuera apoco, habíamos seguido apasionadamente sus vivos itinerarios: Viaje a la Alcarria, Del Miño al Bidasoa€ Era disculpable la mezcla de respeto y temor que invadía a la joven novata que era yo entonces, pensando en la entrevista encargada por el jefe de programas de Radio Valencia con el pope supremo de nuestras letras.

Sin embargo, todo salió bien, o bastante bien. Don Camilo (a quien yo veía como un señor muy mayor, aunque supongo que tendría poco más de cuarenta años) respondió a mis preguntas con su habitual aire serio y ceñudo, pero sin acritud, sin carga irónica, sin torpedear a la ingenua jovenzuela que le acercaba el micrófono. Probablemente me planté ante él por un instinto de supervivencia€ o probablemente también, en mi interlocutor latía el Cela que había escrito un Elogio de la interviu, en su libro El correo literario, a las que añadió las que se publicaron más adelante en distintos medios, recopilados todas en el libro Conversaciones españolas. Y eran, en efecto, conversaciones distendidas, con justeza de tono, no exentas de afabilidad, por las que desfilaron personajes varios, desde Dalí a Felipe González, desde Tierno Galván a Manuel Fraga, Andrés Segovia o Sara Montiel.

Después, además de no pocos libros, vino la memorable revista Papeles de Son Armadans, que Cela editaba exquisitamente, abriendo una ventana a los artistas, pensadores, poetas y escritores de Europa y América, incluso a los que en aquella época estaban «prohibidos» o mal vistos.

Sí, leíamos a Cela, hasta sus libritos de «niño malo» que se divierte soltando incorrecciones, como Izas, rabizas y colipoterras o La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona que, por cierto, pasó al cine en una película que interpretaron, entre otros, Rafaela Aparicio, Laly Soldevila y Manuel Aleixandre. Bueno; leíamos a Cela y todo lo que pudiéramos. Junto a él se alineaban en el mismo estante los libros de Camus, Cocteau, Capote, Carpentier, Chesterton€ y tantísimos otros.

Y ahora resulta que Cela, el viejo arisco, habría cumplido ayer cien años. Huye el tiempo. No estaría de más revisitarle en su centenario: espigar sus novelas y, si es posible, hojear ese libro de Conversaciones, del que se dijo, al publicarlo: «Servirá en tiempos futuros de obligada consulta para conocer en vivo la historia de este país».

Compartir el artículo

stats