Aquí, la mayoría de los ciudadanos conocemos la deuda institucional colosal, la que condiciona nuestro presente y el futuro de nuestros hijos. Su origen ha sido una administración perversa ejecutada por el poder político de los últimos años. Les servía para hacerse propaganda ante una ciudadanía admirada, poco crítica, de donde obtenían también réditos socio-familiares y económicos. La corrupción emanaba del sentimiento de que el poder legitimaba arbitrariedades, que autojustificaban por la discrecionalidad posible de sus decisiones; muchos corruptos ni siquiera tenían conciencia; la obediencia cómplice con el superior era otro justificante.

La gestión de la deuda está lastrada por la infrafinanciación, pero ésta no influyó en su origen, pues una financiación más generosa habría permitido más dilapidación y deuda. El alimento fue la espiral económica, magníficas recaudaciones tributarias; el estallido de la burbuja afloró de inmediato la situación. El desplome de la recaudación obligaba a disminuir el gasto. Nuevamente la educación asocial y corrupta del poder se expresó y no se actuó sobre la esencia de la dilapidación. ¡Qué ocurrencia!, no se iban rascar ellos y sus amigos el bolsillo: en su mano tenían a los funcionarios y las prestaciones a los más necesitados, a ellos sí les recortaron.

Necesariamente esto tenía que cambiar, pero lo hizo de forma menos contundente de lo que cabía esperar por la magnitud de la corrupción. Las elecciones desalojaron un brutal sistema de gobierno, no reconocido por los ejecutores ni por sus socios. ¡Faltaría más! Ellos, adalides de la ética, de la religión, preservadores de los valores morales, los socios del poder eclesiástico, no podían ser corruptos. Comenzó el cambio, disminuyó el azote a los más necesitados. El gasto aumenta y la recaudación fiscal es insuficiente, la deuda crece. Es la quiebra, disimulada por el FLA, la caridad política que trata de disimular los viejos pecados de sus correligionarios y amigos.

Ahora, la infrafinanciación se ha convertido en un grito unánime, catalizador de heterogéneas voluntades. Pero esto es sospechoso, detrás hay cinismo, unos buscan mejorar su imagen, otros mantener sus prebendas y, muchos, ocultar su incompetencia. Además, reclamar, incluso con razón, no significa conseguir. ¿Sería suficiente para la gestionar la deuda?

Hay que comenzar a realizar lo ejecutable, administrar mejor, no dilapidar, acabar con amiguismos, dejar de pisotear a los débiles, actuar de forma más justa. Acabar ya con la sesión continua de arbitrariedades que algunos feudos mantienen. El sistema impositivo debe ser más justo para aumentar la recaudación, pero no va a ser suficiente. Hay que disminuir el gasto, no con recortes sociales, sino de los parásitos, de siempre, del sistema; mejorar la eficiencia de lo público, allí donde los presupuestos y el gasto son más importantes, donde nidifican los intereses perversos, no solo de los de fuera, la verdadera lacra de la eficiencia, y donde alguna nueva administradora sigue navegando entre tópicos, amiguismos, desfiles de sociedad e incompetencia. Tenemos y podemos mejorar, pero se necesita más voluntad y autocrítica.