El 40 % de los niños de siete a nueve años sufre acoso escolar, según el estudio Cisneros X. Lo más desolador del dato es que los pequeños, al preguntarles por qué creen que lo sufren, responden en su mayoría que lo merecen. La noticia deja sin aliento. El bullying no es sólo cosa de niños. El entrenador del Atlético San Blas de Alicante tuvo que parar el otro día un partido entre benjamines por insultos del público a los críos rivales. Sí, eran adultos. Digna afición. Me cuesta creer que en el colegio no se ve ni oye nada. Ni se tapa nada. Porque de ser así, ¿a qué se dedican entonces los que trabajan allí? Mucho me cuesta creer que las madres que pasan las tardes en los entrenamientos jaleando a los pequeños no apartan primero ellas del grupo al que no puede ir a entrenar todas las jornadas, por ejemplo, aunque tenga la mejor de las excusas. Porque en ese mundo, ese niño no está al nivel de los suyos, que deben ir para campeones de liguilla, y de ahí queda ya excluido para todo, desde los ánimos hasta de las fiestas de cumpleaños.

Me cuesta creer también que no es la familia la primera en etiquetar a otros críos. ¿No escuchan los hijos las críticas de sus padres hacia los de otro niño? ¿Y contra quién creen que cargan sus hijos después? Hay adultos que no hablan a niños por algún problema con sus padres, aunque sean compañeros de sus hijos. De vergüenza. El gesto y el adulto. Lo peor es saber que hay madres que tras pasar por el acoso en alguno de sus hijos son capaces de callar con la exclusión a otro menor para no volver a ver sufrir a uno propio. «Para llorar yo que llore otra». Y es ahí cuando te quedas sin palabras. Los ejemplos se copian. La culpa es del débil, los niños se autoconvencen de que lo merecen y los otros aprenden que eso está bien. Y ese es el clima para seguir. Para marginar al que no pertenece al clan. Así de cruel.

Lo hipócrita es que un niño de siete años piense que merezca que lo acosen mientras un profesor, como en el caso de Diego, el niño de Madrid que se suicidó, sea capaz de declarar que no vio nada nunca. Casi podría haber dicho que él no estuvo allí. Pero un chico se suicidó porque ir a su colegio era insoportable. Y no lo ve ninguna madre cuando sólo a uno en un grupo no le invitan, cuando a otro no le hablan, ni el entrenador del equipo cuando alguien deja de ir. Ningún adulto es ajeno a una conducta excluyente. Se hace, se permite y hasta se aplaude para no quedarse fuera. Y lo peor es que de seguro que toda esta gente en público se escandaliza al saber de noticias como Diego, y ya puestos, aplaudirían al entrenador del San Blas por héroe y se apuntarían a alguna causa solidaria. Faltaría. Quizá falta vergüenza. El 40%, que no es poco.